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sábado, 5 de julio de 2014

【Alma pura...】Capítulo II: Sombras

<<¿Quieres que te cuente un secreto?
Se cómo cumplir tu sueño... >>
-¿Quién eres…? –preguntó Renne, mirándolo con cierta consternación que había terminado por alarmar al padre. Aun así no cayó al pánico, ya que aun quedaba la posibilidad de que estuviera bromeando… aun cuando nunca lo hacía de ese modo. Ese modo tan cruel y tétrico. Aquél no era su sentido del humor, y su padre lo reconoció, un poco consternado, un poco confundido, un poco presa del pánico.

-Cariño… -intentó mantener su voz calma, aún cuando tal sensación hacía invadido su pecho. Aquella era su hija, su única hija. Los dioses eran crueles con él, muy crueles como para recibir plegarias… pero aun así las recibirían. Si no eran las de él, serían las de algún padre más que rogaba que la salud llegase a su familia. Él no era nadie, después de todo, tan solo un padre, un padre que ahora se encontraba desesperado de ver la mirada de su hija. El toque de alegría que chipoteaba de estos el día anterior había desaparecido. Sus ojos ya no poseían ningún brillo… estaban completamente fríos y vacios.

Su padre se acercó, como cualquier padre que desea acariciar el rostro de su hija, con aparente aire tranquilo y cariñoso. Pero dentro, una punzada de miedo lo había invadido, y esta solo pudo crecer en cuanto Renne se alejó de su toque y lo miró con acusación. Es punzada de miedo se torno una de pánico, tristeza, decepción y dolor. Uno que le arrebató el aire sin dudarlo.

-No… no me toques –masculló la joven, cargando su voz con lo que parecía ser ira, o simplemente asco. Pero lo que su padre vio en sus ojos fue una simple cosa. Miedo. Uno que no existía más que en la actuación de la joven. El miedo a que él no le crea y su plan falle, pero para su padre, aquél miedo era uno peor… Ella le temía. O al menos eso creía el hombre, quién sintió un gemido escapar de sus labios. ¿Qué estaba sucediendo?

-Renne… -susurró, más como un ruego, una plegaría a los dioses. Lástima que ellos solo se reían de las tragedias mortales.

-No vuelvas a pronuncias mi nombre –fue lo último que dijo la joven antes de alejarse de él e irse a su habitación. Se dio la vuelta antes de llegar a la puerta. Su padre estaba parado allí, con la mirada perdida. Parecía consternado, confundido, y era increíble que esas fueran sus únicas reacciones. Algunas personas reaccionaban peor ante momentos como estos. Al final decidió continuar, aunque aquello pareciese una locura, y antes de que logre dar un solo paso, Renne avanzó nuevamente hacía él.

Mordía su labio, ligeramente enojada por lo que sucedía. ¡¿Es qué acaso no lo entendía?! Debía irse, debía hacerlo rápido, en ese mismo momento. La esperanza que tenía su padre le hacía enojar. Odiaba tener que actuar así con él. Odiaba tener que ver esa mirada en sus ojos, pero aun así continuaba actuando, continuaba hiriéndolo. Le quitaba lo único que tenía de sus manos y sin permiso alguno.

-¡Vete! –gritó con toda su voz, dejando salir su enojo, y que este acabe con las lágrimas que rogaban por salir. Su padre la miraba demasiado confundido como para reaccionar. Su mirada parecía perdida, como la de aquél que cree seguir en un mal sueño. Como aquél que ruega que todo sea una pesadilla.

-¡FUERA! –volvió a vociferar, esta vez tomando el cuchillo que se encontraba en la mesada, impregnando su mirada con falsas esperanzas. Mentira tras otra, el posible final en su cabeza comenzaba a tomar forma. Aunque claro, tanto aquél final como los susurros que había oído eran mentiras. Unas que escondían un trágico final… o incluso uno divertido. Porque, al fin y al cabo…

Todo es para satisfacer su capricho…

Su padre se tambaleó hasta la entrada, confundido. Él no le tenía miedo a su hija… al menos no hasta entonces. Renne dio un paso, solo un paso hacia delante y murmuró por última vez: -Vete…

La puerta crujió casi con gracia. Una vocecita en su cabeza susurraba: “Realmente creías que se quedaría…”.

Al otro minuto, estaba llorando en el piso. Su enojo se había ido desapareciendo con cada palabra que decía, y ahora se daba cuenta que todo era una estupidez. Estaba arruinando su vida, toda su vida por algo que vio en un sueño tonto. Si se tratase de un sueño, claro…

Las lágrimas recorrieron su rostro, mientras el agarre en el cuchillo desaparecía.  Las esperanzas de Renne la estaban conduciendo por un muy mal camino. Hay momentos en donde el corazón se equivoca después de todo.

Se permitió llorar, se permitió sentirse horrible. Se permitió eso y mucho más. Era como un castigo que ella misma se imponía por haber hecho lo que hizo, aun cuando lo que hizo mereciese un castigo mucho mayor. Mucho más grande. Y lo recibiría. No ahora, pero les aseguro que lo recibió, tanto por lo que hizo, como lo que va a hacer.

Con movimientos mecánicos se levantó del piso, fue a su habitación, se cambió de ropa. Las lágrimas se habían secado en sus mejillas, y algo dentro de ella se expandió con terrible velocidad. Era un vacio que se hacía cada vez más grande, uno que le quitaba el aire y sus ganas de cualquier cosa. De cierta forma, Renne sentía como si nunca volviese a llorar, como si en su interior las cosas no pudiesen ser peor. Claro, estaba equivocada, como todos nosotros.

Las cosas siempre pueden ir peor.

Apagó el fuego de la chimenea, y contempló su “hogar”. Una silueta negra se dibujaba enfrente de ella, su propia sombra que la miraba. El “sueño” de la otra noche volvió a su cabeza. Renne sonrió, casi con culpa. Aquella cercanía con la muerte que había experimentado en la pesadilla la volvió ligeramente… adulta. Casi podía ver la sonrisa de la silueta que la había tomado. Aun cuando debería sentir miedo, ella simplemente sonreía. Recordaba con claridad las palabras. La promesa.

Su mirada fue a parar a las estatuillas de madera, las que talló con tanto cuidado. En sus ojos celestes se reflejaba la forma de una de ellas. Era de una niña, un libro. Sus pies se movieron por si solos. Sus manos tomaron la figurilla con cuidado, y la pusieron frente a sus ojos. No lo había notado. En un costado, muy cerca de la niña, un relieve irregular dibujaba una figura. Un conejo.

Renne clavó su mirada en él. Lo que era un error pasó a ser parte de la obra. Renne sonrió, casi agradecida de haber descubierto aquél detalle. De espaldas, ella no pudo notar como en la sombra que se dibujaba en la pared, dos puntos rojos brillaron casi con gracia, comprendiendo todo. Ese par de puntos rojos desapareció en cuanto Renne se dio la vuelta, casi burlándose del mundo.

Ese par de puntos rojos eran similares a los ojos de un monstruo…
O los de un lobo feroz…

El viento que entraba por la ventana quitó a la joven de sus ensoñaciones. Ella dejo la figura en donde estaba y camino hacía su habitación, sintiendo como su sonrisa agradecía se transformaba en una mueca torcida. Similar a una sonrisa, pero sin ninguno de los sentimientos que esta debía demostrar. Era fría...


Como la que estaba rompiéndome en aquél momento…

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