El
muchacho, frustrado, negó con la cabeza. Ya era la decima vez que le hacía la
misma pregunta, y la muchacha simplemente no acertaba, acusándolo de ser
demasiado impaciente con ella. Pues sí, de cierta forma él nunca había sido
alguien muy paciente, pero aun así, le molestaba cuando se lo echaban a la
cara. La muchacha estaba haciendo un puchero infantil mientras el joven soltaba
un suspiro largo, y agotado, que le quitó el aliento. La joven ladeó la cabeza
un poco, y puso su dedo indicé sobre su labio, pensativa.
-¿…Dos?
–intentó averiguar la muchacha. Era más que obvio que estaba lanzando lo
primero que se le venía a la cabeza.
-No…
-gruñó el muchacho, poniéndose los dedos sobre la sien. Esta chica ya lo estaba
molestando demasiado. Era imposible que no entendiera cálculo tan simple como
aquél.
- ¿Tres…?
–volvió a preguntar la muchacha, con una sonrisa divertida en el rostro. Estaba
más que obvio que se estaba divirtiendo bastante, caso contrario del muchacho,
quien estaba dudando entre sí tirarla por la ventana, o borrarle esa sonrisa
con su pluma. Ninguna podría pasar como un accidente, pero eso era lo de menos.
<<
Pluma –pensó el muchacho. Decidiéndose finalmente por su método de ataque. –Y
después una siesta…>>
-¡Oh,
oh, oh! ¡Ya sé! –chilló la muchachita, abriendo los ojos como platos y dándole
una sonrisa victoriosa al peliblanco. El muchacho tan solo la miró con desgana.
-Dime
-¡Cuatro!
–finalizó la chica en un chillido, alargando demasiado la “o”. Se la notaba
llena de energías, energías que le hacían falta al muchacho. Nunca había
entendido como se podía mantener tan… brillante. Hasta él llegaba a cansarse en
algún momento.
-No –la
regañó el muchacho, ignorando por completo el puchero que le hacía la
muchachita, quien se había desplomado sobre la mesa y comenzado a “llorar”. El
muchacho se puso a ojear las páginas del libro de ejercicios, en donde estaban
todas las respuestas. Un pequeño regalito de uno de sus pajaritos. Abrió los
ojos al dar con la respuesta del ejercicio.
-¡Eh! Mira… era dos.
La
muchacha comenzó a levantar la mirada lentamente, con los ojos entrecerrados y
su mirada que lanzaba chispas. Eran como un par de cuchillas mirándolo
fijamente. El muchacho ni siquiera titubeó, como si ya estuviera acostumbrado a
aquellas clases de situaciones. Y lo estaba realmente. La peli-rosa apretó los
puños, y frunció el ceño, enfurecida. Ahora era ella la que se cuestionaba que
dolería más, si un golpe en la cabeza contra el escritorio, o clavarle la pluma
en la mano. Optó por la pluma, como todos.
Había
comenzado a alargar la mano hacía ella cuando el muchacho la miró de reojo.
Ella se congeló al instante, mirándolo fijamente. Era como si la hubiese
atrapado haciendo algo malo y debería sentirse arrepentida. Y lo estaba un
poco, hasta que recordó el por qué iba por la pluma. Él joven soltó una risita
maliciosa, leyendo a la perfección los pensamientos de la chica. Sus
pensamientos ya no habían sido únicamente de ella desde que lo conoció. Aquel
muchacho la leía como un libro abierto y ella no podía evitarlo.
<<
-Tú, y tus condenados pajaritos –pensó la muchacha apretando los dientes. >>
-¿Qué
pensabas hacer? –le preguntó el muchacho, con una ceja alzada y una sonrisa
desdichada que hacía enfurecer a la muchacha. Ella se mordió el labio,
tragándose sus palabras con amargura. El sabor en su garganta era metálico, y
el oír la melodiosa risa del muchacho había provocado un ligero tic en su ceja.
La muchacha infló las mejillas y se cruzó de brazos enfadada. Ella siempre era
de actuar así, nunca había sido alguien que expresara sus emociones como
realmente venían, era más bien aquella que intentaba volver bueno todo lo malo.
La
optimista, ese era su papel en aquella obra.
-Nada
–bufó la muchacha, desviando la mirada de esos ojos felinos que la observaban y la clavó en un banco vacío. El muchacho no dijo nada, simplemente le quitó
importancia y se puso a ojear el libro. Ninguno de los dos habló.
Su
maldito orgullo terminaría matando a uno o al otro…
La
muchacha le dedicó una mirada de reojo al muchacho, quien se encontraba demasiado
metido en las líneas del libro como para haberla visto. Ella se mordió el labio
impaciente, juntando los hilos de aquel plan malévolo que se estaba formando en
su mente. Atacar cuando la presa esta desprevenida. Abrió los ojos bien
grandes, aguantándose la euforia que le provocaba el tan solo pensar en lo que
iba a hacer, y sin pensarlo dos veces, una vez que todos los hilos se unieron,
pegó un brinco del asiento y se abalanzó contra el muchacho, tirándolos a ambos
en el piso… junto con la silla en donde había estado sentado el muchacho.
Él no
tuvo tiempo ni de regañarla cuando ella cayó sobre él, dejando todo su peso
sobre su cuerpo. En cuanto la muchacha reaccionó, rápidamente se sentó, con sus
rodillas a cada lado del cuerpo del
joven, y sus manos a cada lado de su rostro. Estaba sentada en parte de su
estomago, y eso molestó un poco al muchacho, quien había recibido casi todo el
golpe.
<<Mal
día para traer pollera –pensó la muchacha, ruborizándose al instante. >>
-¡¿Se
puede saber que están haciendo?! –vociferó la preceptora de los cursos más
altos, quien estaba recorriendo el pasillo cuando escuchó todo el jaleo. Ambos
muchachos levantaron la mirada rápidamente, mirando fijamente los ojos verdes
que parecían haberse vuelto llamas en aquel momento. Un pequeño temblor
recorrió la espina dorsal de la muchacha.
-Nada
–respondieron los dos a unisonó, como si la posición comprometedora en la que
estaban fuera absolutamente natural. Los ojos de la preceptora lanzaban
chispas. Parecía que, encontrarse con dos adolescentes, de diferente sexo, uno
encima del otro, ella sentada sobre la entrepierna de él y con su rostro
relativamente cerca y sonrojado, ponía de malas a su preceptora, quien
rápidamente dio otro chillido, haciendo que la peli-rosa pegará el salto más
alto de su vida y se separará rápidamente del muchacho, quien, limpiándose la
camisa, se levantó del piso, elegante cual gato. De cierta forma se parecía a
uno, pensó la muchacha. Sus ojos, felinos y grises, sus movimientos gráciles y
confiados, silenciosos y elegantes, y su tranquilidad… y pensar que su animal
favorito eran los gatos. Simple y sencillo. Aun así, ella nunca le había
comentado sus pensamientos, jamás, aunque, juzgando por la capacidad del
muchacho para leerla, estaba claro que ya sabía de derecha a izquierda los
pensamientos de la joven.
Él
lucía ciertamente frustrado, y eso le provocó más miedo a la joven que la
mirada acusante de su preceptora de curso, quien los miraba como si los hubiese
encontrado… no lo sé, haciendo cosas inapropiadas en el instituto…
<<
¡Idiota! –pensó la muchacha, dándose un golpe con la palma de su mano en la
frente. >>
Después
de un largo regaño, que escuchó por completo, la preceptora les pidió sus
libretas y se marchó. Él había estado mirando hacía un lado, y ahora volvía a
retomar su atención en lo que sucedía a su alrededor. Mirándola de pies a
cabeza, con sus ojos gatunos que hacían temblar a la joven, él soltó un bufido
y comenzó a caminar a pasos largos por el pasillo.
Le
costó un instante a la muchacha volver en sí, y correr hacía él rápidamente,
poniéndose a su lado para caminar a la par. Una pareja dispareja, pero no por
eso, imperfecta. Ambos eran la clase de persona que uno se queda mirando al
pasar, aunque ella se avergonzaba y él gozaba del momento. Un galán demasiado
inteligente y una miss universo que no aceptaba su belleza. Cada uno en un lado
opuesto del polo, pero aún así, caminaban a la par.
Un
golpecito en el hombro sacó a la peli-rosa de sus pensamientos casi al
instante. Esta se dio la vuelta y ahí estaba, un muchacho que, estaba segura,
había visto antes, aunque eso tampoco aseguraba que supiese de quien se
tratase. Iba a preguntarle eso cuando este comenzó a hablar.
-Hola
Grecia –saludó el muchacho. La joven abrió los ojos, un poco sorprendida por
qué supiese su nombre, y un poco asustada por la misma razón. Ella sonrió a
modo de saludo. El joven hizo lo mismo. –Quería saber si ya tenías pareja para
el bai…
-La
tiene –la peli-rosa se giró un poco, encontrándose con los ojos felinos de su…
¿amigo? Su mirada era fría y turbia, haciendo que los pelos de los brazos de la
chica se pusieran de punta. Era como ver una llama helada, que lentamente te
quemaba por dentro, dejándote sin aliento. Aquella mirada siempre le había dado
miedo a la joven.
-Simón
–dijo el castaño con disgusto. Su piel era morena, y sus ojos eran almendrados,
del color de la canela. Había cierto tono en su voz que demostraba que Simón no
era, del todo, alguien con quien se hubiese quería encontrar. Aun así, el
peliblanco hizo caso omiso a su mueca. ¡Es más! Había aparecido una pequeña
chispa en sus ojos que demostraba cuán divertida le era la situación. Grecia
pudo respirar nuevamente. Al final la situación no había sido tan seria.
-¿Por
qué ese tono, Mathew? Y yo que creía que éramos amigos –sarcasmo. De aquí a la
China era visible el sarcasmo. Grecia se mordió un labio, nerviosa. Mathew era
de la misma altura que Simón, y su mirada era irritada y molesta, muy diferente
a la del peliblanco, que brillaba con gracia y diversión.
Esto no
iba a acabar bien…
Grecia
siempre se había preguntado como hacía Simón para no terminar siempre con los
puños. Las peleas cuerpo a cuerpo eran su talón de Aquiles, pero al parecer,
nadie parecía darse cuenta. Todos se enfrentaban a él en una pelea verbal,
creyendo que podrían ganarle… creyendo, porque de ganarle, jamás. Había cierta
magia en el peliblanco que, por alguna razón, le hacía decir lo justo en el
momento correcto, dejando sin ningún argumento a cualquiera que se le
enfrentara.
Cierta
magia que se le iría en algún momento… aunque no parecía ser pronto.
Mathew
soltó un bufido, y volvió a dirigir su mirada a la peli-rosa.
-Grecia,
¿quieres ir al…?
-No
mentía respecto a lo anterior –la mirada de Simón volvió a ponerse helada y
filosa. –Ella ira conmigo, y tu no serás quién lo evite. Quiero decir, no creó
que seas lo suficiente bueno para ella
considerando tu pequeño accidente con…
-¡Basta!
–susurró Mathew, con la mirada llena de ira, pero aun así bañada de… ¿vergüenza?.
Grecia frunció el ceño al verlo. ¿Qué sabía Simón? Sin más que decir, el
castaño se dio la vuelta y se metió en el gentío, perdiéndose por completo.
Simón volvió a caminar, ignorando a la peli-rosa, y se metió también en el
gentío. Grecia lo siguió de cerca, empujando a los demás estudiantes y
llamándolo por su nombre cada vez que se acercaba.
-¡Simón!
¡Simón…! ¡Sim…! –él muchacho se dio la vuelta y la tomó de la muñeca,
llevándola a un pasillo completamente vació. La estampó contra la pared y pegó
sus labios contra los de ella. Grecia gimió de la sorpresa, y luego dejo
descansar sus manos en los hombros del mayor, sin alejarse ni inmutarse.
Esto ya
era común en ellos. No eran nada, pero de vez en cuando solían darse algún que
otro beso, razón por la que la muchacha nunca era invitada a salir por algún chico.
Simón era la clase de persona con la que no se juega. Aun con su corta edad, él
sabía secretos que nadie más sabía, y al menos que quisieras que salgan a la
luz, no te meterías con él. Si eso era cierto o no, nadie lo sabía, si Simón
realmente sabía cosas de cada uno que nadie más sabía, eso también era un
misterio, pero aun así… mejor prevenir que curar, ¿verdad?
El
corazón de Grecia latía acelerado. Sentía el calor bajo la camisa de Simón en
la yema de sus dedos. El chico la besaba con delicadeza, y ella no podía hacer
más que agradecerle eso. Grecia no era buena en… la intimidad, pero con Simón
era diferente. De cierta forma, se sentía cómoda.
Recordaba la primera vez que lo había visto.
Ella estaba caminando por los pasillos, y él apareció, resplandeciente y
hermoso, con una sonrisa de lado en su rostro, la gente mirándolo al pasar, y
él, completamente indiferente a las miradas de los demás, luciendo como un
Dios, y ella, una simple mortal. Un poco exagerado, pero así había sido para
ella. Amor a primera vista… hasta que lo conoció mejor y se dio cuenta de con
quien estaba tratando. Aunque, aun había una pequeña parte de su ser que seguía
flechada por el peliblanco.
El
timbre sonó, las clases habían terminado, al igual que aquél beso. Simón se
alejó y recorrió el rostro Grecia sin ningún descaro. Ella estaba sonrojada,
probablemente, y lucía completamente horrible comparada con el rostro de Simón,
que se encontraba ligeramente coloreado y con los labios rosáceos. Él sabía lo
hermoso que era, y ella era una idiota que no se daba cuenta de ello. Tal vez
eso era lo que la hacía lucir aun más hermosa…
Él le
sonrió descaradamente, como lo hacía siempre, y ella simplemente se quedó atónita.
Era impresionante la rapidez con la que el muchacho de deshacía de la vulnerabilidad
que dejaba escapar de vez en cuando. Ahora volvía a ser Apolo, y ella una
simple mortal. Por alguna razón eso dejo de molestarle hace un tiempo.
Volvieron
caminando a su aula. Gracias a Dios no le pedían que formasen cuando lo hacían,
como niños de primaria, lo cual le gustaba bastante a Simón. En su antiguo instituto,
uno debía formar a la entrada, al final de los recesos, y antes de irse. Horrible,
simplemente horrible.
Grecia
iba a su lado, con la cabeza baja. Eso siempre sucedía después de sus… no sabía
cómo llamar a aquellos momentos. El tema era que, después de eso, ella siempre
se mostraba avergonzada, lo cual confundía a Simón un montón. ¿Acaso se
avergonzaba de que él la bese? Tranquilamente podría no hacerlo nunca más… si
se esforzaba mucho en eso.
Escuchó
unos gritos, bueno, en realidad no eran gritos, pero se le parecían. Miró hacía
el pasillo de donde provenían y agudizó su oído todo lo que podía, volviendo su
paso cada vez más lento.
“-¡Vete
al demonio!
-Lo haría si supiera donde queda… ¿Y de qué
iba eso de si soy idiota?
-Creo que está bastante claro
-No
para mí, explícame
-Vete…
al... demonio...
-Que ya te dije que no sé donde qued…
-¡Entonces
averígualo!”
Eso era
bueno, demasiado bueno. Ya se enteraría de quienes se trataba, aunque estaba
seguro que uno de ellos era, nada menos que, la señorita Corina. Una maestra
del engaño, casi tan buena como él mismo, pero claro, no tanto.
Grecia se
detuvo en seco cuando notó que Simón ya no estaba a su lado. Se había quedado
un par de pasos por detrás de ella, no sabía muy bien para qué, pero esta vez,
por alguna extraña razón, no le importo. Siguió su camino, dejando a Simón atrás,
y se metió en su aula. Se sentó en un asiento diferente al usual, el que
siempre estaba vació, del lado contrario a la ventana del segundo piso. Puso
sus carpetas en banco, y comenzó a garabatear diseños en el marco de su hoja de
matemáticas. Simón no llegó, y probablemente no lo haría hasta dentro de un
rato. Eso tampoco molesto a Grecia, quién obvio por completo el par de jóvenes que
pasaron por la ventana del lado del pasillo. La chica estaba caminando erguida,
unos pasos por delante del muchacha, quien se reía a carcajadas por detrás de
ella.
Aquél día
era extraño. Por primera vez no se sentó junto a Simón, y eso… y eso no le
molestó…
Espero que les haya gustado el capítulo ^^ Como ven, se presenta otro punto de vista de la historia xD (Espero no complicarla tanto xD). En fin, ya conocieron a Grecia y Simón ^^ Ahora nos falta... Megan, Anna, y... muchos xD Pero prometo subir más seguido xD
¡Chau! c:
Puede que no entienda lo que sucede al principio de cada capitulo, pero siempre me acostumbro al final. En fin, me gusto la historia de estos dos, y espero con ansias la siguiente pareja.
ResponderEliminarJajaja xD Si, bueno, es que me hice todo un quilombo con los personajes xD Así que tengo que presentarlos a tooooodos xD (Y son un montón xD).
Eliminar¡Me alegra que te haya gustado! Y la siguiente pareja es... peculiar (?) xD
¡Prometo volver a la trama muy pronto! xD