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lunes, 3 de febrero de 2014

【Who are you...?】Capítulo I: Háblame ~Parte 1~


Un simple papel olvidado puede llevarte al destino más inesperado... e incluso forjar, el futuro jamás pensado...
PARTE 1

Roja, azul… no, no era ninguna de esas. Rebuscó en su bolsillo la dirección que le había entregado la muchachita en el instituto. Allí estaba la dirección de su casa, y a pesar de creer habérsela aprendido de memoria, tan solo se había engañado a sí mismo. Su memoria era demasiado buena como para retener información...



    Finalmente sus dedos tocaron la superficie arrugada de un papel. Lo sacó de un tirón, sacando también para afuera su bolsillo. Era un simple pedazo de hoja arrancada, incluso todavía había escrita parte de la conversación a través de mensajes que había tenido la niña en plena clase. Tal vez ella no había notado los terribles secretos que habían permanecido en aquel pedazo. Claro, para su buena suerte, el muchacho nunca se molesto en leerla, porque nunca la había visto, y eso, a decir verdad, tal vez había sido un punto en contra para él.



    Releyó unas cinco o seis veces la dirección, guardándola ardientemente en su memoria, y volvió a caminar por las calles, metiendo el papel en el bolsillo que estaba salido y él no había notado. El papel quedó hecho una bolita en el medio de la acera, perdido para siempre… al menos, de él. Claro, notaría su pérdida una vez que su corta memoria volviera a fallarle.


    -1200… 1226… 1229… Rosemary vive en el… -se detuvo un vez más, y comenzó a mirar a todas las casas, nervioso. ¡Era imposible que ya se le hubiera olvidado! Soltó un bufido, y colocó los dedos índices y medio de cada mano en cada una de sus sienes, haciéndolos girar lentamente, como si eso hiciera volver a su memoria aquel número. Como era de esperarse, nada vino a su mente. Volvió a soltar un bufido, cansado, y metió la mano en su bolsillo… o eso era lo que debería haber pasado, ya que cuando hizo ademán de meter su mano esta se resbaló, y fue entonces cuando notó que el bolsillo se había salido… y… ¿Y entonces, dónde estaba el papel? Tardó algunos segundos en hilar los pensamientos, y en cuanto lo hizo soltó una exclamación, y segundos después, maldijo en voz alta ¡¿Ahora como iba a hacer para…?!

    Olvídenlo. Rosemary salía de su casa –que era la azul, por cierto -con el pelo sujeto en una coleta, como solía llevar cuando hacía ejercicio. Su cabello color oro se ondulaba en las puntas, y a la luz del sol, este parecía ser realmente de oro. El muchacho no pudo evitar sonreír… ¡de alivio! Finalmente había encontrado la condenada casa, y eso le puso los pelos de punta. Definitivamente ya no se sentía tan idiota… porque se había olvidado del pedazo de papel. El que tenía parte de una conversación importante, que definitivamente le iba a ayudar… iba, porque no lo encontraría nunca más… si es que algún día volvía a acordarse de él.

    Decidió acercarse tranquilamente, porque así actuaban las personas normales, pero en ese mismo momento Rosemary se dio la vuelta, dándole la espalda, y... echo a correr, ¡Y demonios que corría rápido! El muchacho no pudo evitar abrir los ojos como platos, y comenzar a soltar sonidos sin sentido. Era imposible, ¡¿Acaso el mundo estaba de su contra?! Soltó un suspiro de frustración, y cerró los ojos, intentando no explotar. Ya estaba, ese era su límite de tolerancia a su propia mala suerte. Bufó, molesto, y se dio la vuelta, volviendo por sobre sus propios pasos, pasándose una mano por su cabellera verde. Estaba cansado de repente, mucho a decir verdad. No debería haber ido a verla en primer lugar.

    Lentamente las casas iban desapareciendo a sus espaldas, y los primeros comercios comenzaban a aparecer. Comenzó a mirar vidrieras, no porque le interesase lo que veía, sino por simple costumbre que tenía desde niño. Acompañar a su madre, hermana, tía, y demás parientes mujeres de compras le había ocasionado tener que encontrar una buena forma de desaparecer del momento, y dejar a su cuerpo en automático, y esa fue el mirar vidrieras. Hubiera preferido mil veces escuchar música, pero, como eso al parecer se consideraba de mala educación, se tuvo que conformar con ver vidrieras. Se reía de la gente insulsa que creían en las rebajas que daban. Era obvio que aumentaban su precio original y luego lo reducían al precio correcto… una estafa, en pocas palabras.

    -Lindo, ¿no crees? –le murmuró alguien. El chico miró a su lado. Era una joven. Su cabello era platinado, y sus ojos azul grisáceo. Por alguna razón la chica resaltaba, y él entendía lo de resaltar mejor de lo que quería. Teñirse de verde el pelo no había sido una de las cosas más sensatas que había echó en su vida, aunque había cosas más estúpidas que esa en su historial, eso debía aceptarlo. Y sus ojos, amarillos cual gato, no ayudaban mucho en su búsqueda de “pasar desapercibido” tampoco.

    La muchacha no le prestaba atención a él. Estaba muy concentrada en mirar una remera gris que colgaba en la vidriera. Tenía algunos destellos por aquí y por allá, unas palabras grabadas al revés, haciendo referencia a su frase “¡El mundo está de cabeza!”. La sonrisa de la muchacha podría iluminar la noche si se lo proponía. Notó como en sus ojos había un titilante brillo de ansiedad. Claro, el estaba muy concentrado en mirarla que no sabía cuál de las remeras estaba mirando. Ese era un detalle importante que había pasado por alto… al igual que el papel, y su Trabajo Práctico con Rosemary.

    -Perdóname si esto te ofende pero… la de color rosa es terrible –contestó, refiriéndose a la musculosa que se encontraba en el maniquí, por arriba de la de color gris que la chica estaba mirando. La joven lo miró, pero luego su mirada vago. Era como si no supiera en donde estaba él. Lucía desconcertada, pero después de un segundo soltó una carcajada. El muchacho la miró consternado, y confundido. Ya sabía el que solo le tocaban las falladas psicológicamente, o las ladronas de oficio. Nop, la suerte no le sonreía en absoluto, o al menos eso creía él.

    -¡Esa no, tonto! –Chilló la muchacha entre risas, y colocó la punta de su dedo índice contra el cristal, señalando –Esa, ¿la ves? ¿No crees qué es linda? –volvió a preguntarle la chica. El chico miró hacía donde estaba señalando y… vio una campera negra. La remera que la chica estaba mirando estaba en el costado contrario… claro, si en algún momento la hubiese podido ver. El muchacho volvió a mirarla, y entonces lo notó. Sus ojos vagaban sin rumbo por la vidriera, y su color azul grisáceo no era más que el color de unos ojos que no pueden captar más que oscuridad. El muchacho retrocedió confuso, y miró a la muchacha con más atención. La pequeña vara metálica que llevaba en su mano izquierda chocó contra el pie del muchacho, quien la miró consternado… y de repente triste. Aquella muchacha era joven, un poco menos de su edad creía él, y además, por un minuto había lucido como una persona capaz de ver los colores, la profundidad… el mundo…

    La muchacha quedó mirando la vidriera, y luego bajó la mirada hacia el piso. Una sonrisa de decepción había poblado su rostro.

    -Me equivoqué, ¿verdad? –preguntó, y levantó la mirada, la cual vagaba del rostro del muchacho hacía una cafetería en la esquina, por detrás del joven, y luego a la calle. Ella era ciega. El muchacho volvió a acercarse. No comprendía el porqué de su reacción. Aun estaba un poco conmocionado.

    -Estaba un poco, muy a la derecha, nada mas –le respondió, a lo que le chica soltó una risa divertida, y volvió a mirar al piso. La expresión de decepción aun no había desaparecido de su rostro. En ese momento el muchacho se maldijo por no haberle mentido, por no haberle dicho que si, era linda. Aunque claro, el no sabía que había tomado la decisión correcta al decirle la verdad.

    -Dijiste algo de una remera rosa… ¿Estaba mirando hacia allí? –le preguntó la muchacha, levantando la mirada y volviendo a “ver” la vidriera. El muchacho volvió su mirada a la remera rosa, y una mueca de disgusto pobló su rostro. Bajó un poco la mirada y… allí estaba, la remera gris. Era realmente bonita a su parecer.

    -No, no lo estabas. Mirabas la remera más abajo… una gris –le contestó él.

    -Gris es un color bonito –le dijo la chica, que se volvió hacia a él -¿Cómo luce? ¿Es realmente linda? –volvió a preguntarle. Había una pizca de esperanza en aquellos ojos ciegos.

    -No soy bueno en esto –le advirtió el muchacho. Nunca había entablado una conversación tan larga con alguien…

    -Oh, créeme que eres mejor que yo en esto –le espetó la muchacha. Él no pudo evitar reír. Ella sonrió.

    -Pues… -tragó saliva –Es gris y tiene algunas pizcas de negro y blanco, como una tempera mal mezclada… tiene unas letras en colores, escritas de cabeza, que hacen referencia a la frase en imprenta “¡El mundo está de cabeza!”

    -¿Lo está? –le preguntó la muchacha. Había dejado clavada su mirada en la vidriera.

    -Un poco… -murmuró el muchacho.

    -¿De colores son las letras?

    -Las letras… -el muchacho se quedó mirando la frase una y otra vez. Quería darle la mejor descripción posible. –Pues, las primeras son amarillas, luego desciende al naranja, mas tarde al violeta, luego al azul y finalmente al verde manzana. –concluyó el muchacho, conforme con su buena descripción.

    -Parece bonita… -murmuró la joven.

    -Lo es… aunque te falta busto para que te quede bien –le dijo el muchacho, y la miró esperando su reacción. Finalmente había logrado que aquella decepción desapareciera del rostro de la joven, quien había soltado una risita y ahora se encontraba riendo a carcajadas.

    -Ah… que imbécil –concluyó, agitada. Respiraba rápidamente, intentado recobrar el aire. –Pero… aun así me vería bien en ella ¿verdad? –alzó una ceja y lo miró. Tenía una sonrisa de lado bastante agradable para el joven.

    -Digamos que… si

    -¡Ja! ¡Lo sabia! –chilló la muchacha, volviendo a dar una carcajada. –Apuesto a que ya te gusto y todo –soltó, haciendo reír esta vez al muchacho.

    -Dios, así que avanzas rápido ¿eh? –esta vez fue él el de la sonrisa torcida, aunque claro, ella no podía verla. Eso no le importo en absoluto al muchacho.

    -Oh, créeme que si –continuó la chica, soltando otra risa. -¿Vienes? Necesitó a alguien que me acompañe para que la vendedora no me crea loca –soltó otra risa –tengo que comprarme una remera gris… cierta persona dijo que me quedaría de infarto…

    El joven soltó una carcajada, que más tarde acompaño la muchacha. Esta era la primera vez que el muchacho lograba encontrar a alguien no tan insoportable. Sus antiguas novias quedaban por el suelo a comparación de aquella chica… tal vez si le gustaba un poco aquella joven.

    -Me llamo Erwin –se presentó el joven. La muchacha que se había ido caminando hacia la puerta del local dando golpecitos con su vara metálica, se dio la vuelta y lo miró.

    -Pues felicitaciones por eso, Erwing

    -Es, Erwin no Erwing –le aclaró el muchacho. La joven se encogió de hombros.

    -No veo la diferencia

    -Pues, la hay

    -Bien por ti… -Erwin apretó los puños con fuerza. De repente se sentía molesto ¿Dónde estaban las risas de hace un momento? Tal vez se había equivocado con lo de “no tan insoportable” –Lo siento… -se disculpó de repente la muchacha -¿Te… te has ido?

    Erwin se quedó mirándola con los ojos bien abiertos. Estaba en shock. ¿Acaso le había preguntado si se había ido? ¡¿Acaso era algo humano marcharse sin decirle nada?! ¡¿Ella había pasado por eso?!

    De repente apretó los puños con más fuerza, poniendo sus nudillos blancos como el papel. Mataría a todo aquel que le haya hecho eso a la joven. Es decir, ¡vamos! ¡Eso era algo inhumano! Irse y dejar a la pobre hablando sola, sin que ella supiera si había alguien allí o no… ¡Horrible, terrible, monstruoso! Rechinó, los dientes, molesto.

    -No… -gruño, evitando su mirada perdida.

    << -Cálmate… -pensó frustrado>>

    -¿Estas enojado, verdad? –preguntó la muchacha. Ahora que lo notaba, lo único que había estado haciendo era preguntar… y mantener su mirada baja. La presión en sus puños disminuyo, hasta que ya no los apretó más, y la mirada de Erwin hacia la joven tenía cierta chispa en ella.  

    -No lo estoy –le contestó, volviendo la mirada a la vidriera. Había mentido. La remera gris le quedaba pintada a la muchacha. –Y no te verías de infarto con la remera…

    La joven soltó una carcajada. Las risas habían vuelto, para alivio del muchacho. Ella lo miró por un instante y luego sonrió. La sonrisa de la muchacha era bastante linda. El se acercó, abrió la puerta del local, y tomó la mano de la joven, haciéndola entrar. Ella golpeaba todo con su varita de metal. Erwin entró detrás de ella.

 

2 comentarios:

  1. Que buen comienzo tiene esta historia. Oficialmente me hiciste tu fan (*-*)/

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    1. Jjaja xDD ¡Gracias! x3 Me alegra que te haya gustado ;u; Y... sasdasfads xD ¡Tengo una fan! :'D ¡Que felicidad! ;u;

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