<<Tan solo sigue este camino, y encontraras lo que tanto deseas>> |
El camino estaba cubierto por maleza, hierbajos y
grandes árboles sin vida que se cruzaban de vez en cuando. La oscuridad y los
silenciosos gemidos habían poblado todo el bosque, que cada vez se volvía mas,
y más profundo. Agitada, corrí mientras, sin mirar hacia atrás, rogaba que no
me hayan seguido. Los ojos se me cerraban del cansancio, y de mi garganta se
escapaban entrecortados jadeos. No me sorprendí cuando me encontré a mi misma
en el piso.
Mi cuerpo dolía, y contuve el aliento mientras cerraba los
ojos con fuerza. Tenía que escapar cuanto antes, y aun así, mi cuerpo no
reaccionaba, mis ojos no se abrían y mi cabeza daba incontables vueltas,
mientras intentaba –inútilmente a decir verdad- volver a mi misma y restarle
importancia al alarmante dolor en mi cabeza. Me costó un segundo recobrar el
control de mi cuerpo y fue entonces cuando abrí los ojos y me encontré con los
de él. Estaba en el piso, al igual que yo.
<<-Así que con él me choque- pensé para mí misma, sin
quitarle la mirada de encima. >>
El muchacho abrió los
ojos y me miró por incontables segundos, hasta que, en un parpadeo, él ya
estaba de pie y blandiendo la espada que llevaba, poniendo la afilada punta
sobre mi cuello, obligándome a mirarlo a la cara.
Sus ojos eran de un frío azul, igual al de las llamas que
marcaron el fin de aquel lugar, y su cabello era negruzco, haciendo que sus
ojos resaltaran mucho más en su blanca piel. Un gemido se escapó de mi garganta
y fue entonces cuando vi el tatuaje rojo sangre que llevaba en su muñeca. Mis
ojos se abrieron como platos e intenté hablar, pero la punta de su espada
presionó aun más mi cuello, alarmándome.
Podía sentir el hilo de sangre que comenzaba a correr por mi garganta, hasta
manchar mi ropa de aquella sustancia roja que corre por nuestras venas.
-T-tu ta-tatua –señalé
con mi mirada su muñeca y él dirigió su mirada a ella –Se desconcentró- pensé
rápidamente, y di un salto que me costó un rasguño en la mejilla y un hilo aun más grande de sangre
en mi garganta. Solté un quejido y antes de que el muchacho pudiera acorralarme
levanté la manga de mi vestido, para mostrarle mi antebrazo desnudo.
-Te… Tenemos el mismo –aclaré, mientras tomaba aire y miraba
con desesperación al muchacho, implorando a los Dioses que me perdonen la vida.
Que aún no arranquen mi existencia del mundo de los vivos...
En la noche, ambos
tatuajes, al mío y el suyo, brillaron con la luz de la luna llena que nos
miraba desde arriba con una sonrisa en el rostro, siendo la única testigo de
aquel momento que daría inicio al error… El rojo sangre de aquellos tatuajes
marcaron nuestro inicio como únicos sobrevivientes del incendio de Estalle, el pueblo en donde mantener la paz era la
única y más importante regla…
La muchacha, Renne, estaba
sumida en sus sueños más dulces, cuando todo a su alrededor se distorsiono,
tomando la forma de aquella pesadilla que la perseguía día tras día, noche tras
noche... Abrió los ojos lentamente, encontrándose con la pálida madera color
gris, del cual estaba hecho el techo de su pequeña casita. Soltó un suspiro, y
con el dorso de su mano se seco el frio sudor, provocado por aquel miedo que la
desafiaba cada noche, que había bañado su frente, haciendo que sus cabellos se
pegasen a esta.
Refregándose los ojos, la
niña se levantó de la cómoda silla, adornada con almohadones de terciopelo
rojo, ya desteñido por el paso de los años. Se estiró, al igual que lo hacían
los felinos, dejando que un bostezo escapase de su boca y provocando ligeros
crujidos, provenientes de su columna.
Corrió las pesadas cortinas,
dejando que toda la luz del sol bañase la pequeña habitación, llenándola de
pequeñas sombras que reían por lo bajo.
-Padre... -dijo la niña,
llamando inútilmente a aquella persona que, aun después de haberla protegido
toda su vida, ella hizo desaparecer de todos aquellos recuerdos que aun
quedaban por crear. Renne bajó la mirada, y dejó que las lágrimas corrieran
libremente por sus mejillas, escapándose de aquella prisión llamada “orgullo”.
Cayendo al piso de rodillas,
la niña lloró. Lloró hasta que su garganta dolió, lloró hasta que sus ojos
ardían... lloró hasta que se dio cuenta que sus manos temblaban, hasta que se dio
cuenta que no podía ponerse de pie... hasta que notó que ya no lloraba, aun
cuando creía hacerlo...
Su pecho subía y bajaba
rápidamente, su pulso era acelerado, al igual que su respiración. La muchacha
se puso de pie, y secó aquellas lágrimas que no habían querido abandonar sus
ojos con la manga de su vestido. Aquello era inútil. Lamentarse después de
haber cometido aquellos errores que creía necesarios, no hacía más que hacerla
desperdiciar tiempo muy valioso en su vida, tiempo que necesitaría una vez que decidiese
salir a emprender aquél viaje que la terminaría por cambiar para siempre…
Dando un suspiro, se puso de
pie y fue a su cuarto. El desorden era evidente, y el recuerdo de su padre
ordenándolo no hizo más que provocar un gemido de dolor en la joven. Si el aun
estuviese allí, de seguro hubiese impregnado el aroma a rosas en toda la
habitación, en cada vestido y mueble, únicamente para que la muchacha estuviese
conforme y cómoda consigo misma. Pero el ya no estaba allí, y la causante de
aquello había sido ella y nadie más que ella.
Las ganas de llorar volvieron
a invadirla, pero se resistió ante esta y comenzó a preparar todo lo que
necesitaría para partir de una buena vez, y olvidar aquel lugar, que en algún
momento fue su hogar…
Cambió su blanco camisón,
manchado de sangre, nieve sucia y lágrimas, por un vestido que le llegaba por
debajo de sus rodillas. Era de color celeste, con un cuello largo que cubría su
garganta, brillantes formas de flores en color oro, y una falda roja
apareciendo por debajo de la tela azul. Había decidido que ese sería su único
recuerdo del pasado, además de que le parecía mucho más útil que todos sus
largos vestidos que no harían más que perjudicarla y volverla más propensa a
caídas. Era demasiado elegante como para usarlo en este viaje que estaba lejos
de ser una fiesta, pero aún así seguía siendo abrigado y le permitía moverse
con más facilidad. Además de que, aquél vestido era un recordatorio a lo que se
perdía. Un recordatorio a su pecado y su eterna carga. Y tal vez, una muestra
de cómo la puerta que conducía a una vida tranquila y pacífica se cerraba
frente a ella, por culpa de un deseo egoísta y acciones desencadenadas por una
falsa esperanza.
El vestido había sido un
regalo de su mejor amigo, Teo. Había sido en la noche de su cumpleaños. Junto
al estanque, el muchacho había cubierto los ojos de la niña con sus manos, y
luego de unos improvisados redobles de tambores en el oído de ella, él había
dado a conocer el regalo. Con una sonrisa triunfal, había sostenido el vestido
con ambas manos, disfrutando de la expresión de asombro de ella. En el estanque junto a ellos, los peces
anaranjados nadaban en el agua iluminada por la luz de la luna. Absortos en su
pequeña felicidad, ni siquiera habían percibido la negrura del bosque, ni los
sonidos que provenían de él. Renne se había sentido feliz, aun cuando se dio
cuenta de donde venía el regalo.
Teo Mijred era el hijo de
Stuart Mijred, un comerciante de vinos, telas y su nuevo negocio: vestidos
finos provenientes de Flirchtedd, el reino del Oeste. Teo trasladaba los
productos de ciudad en ciudad, y estaba claro que a diferencia de todo lo
demás, el vestido nunca había llegado a destino. Fuese cual fuese el castigo,
él no demostró ningún malestar, y no hizo ninguna queja. Al parecer ver el
rostro de Renne en aquél momento valía cualquier golpiza de parte de su padre.
Renne sonrió ante el
recuerdo, sintiéndose ligeramente relajada. Mucho más calmada.
Casi como si nada hubiese
pasado, como si su vida no hubiera dado un traspié y como si no hubiera hecho
nada malo, Renne comenzó a armar una bolsa con lo necesario. Comida, vendajes, un
abrigo, lápiz y papel. Con gracia y sin vergüenza, la joven cantaba. Era como
una burla al mundo y al famoso, “karma” que nada había hecho.
El trotar de los caballos le
llamó la atención. Miró por la ventana de su habitación. Unos jinetes pasaban
por el camino de tierra cerca de su casa. El mismo camino por el que había
llegado su padre. Por alguna razón… eso no le afecto en nada, pero sí lo hizo
aquél recuerdo. El de la promesa.
Un escalofrío recorrió su
columna, poniéndola en alerta a la situación. Su mente comenzó a maquinar una
mentira, casi por reflejo. Ella se estremeció, y agarrando el bolso, abandonó
la habitación y salió de la casa.
El caballo… ¿lo habían visto?
Ni siquiera recordaba si
seguía allí, o sí había estado de verdad aquélla noche allí. Tal vez solo había
sido una ilusión. Tal vez era otra mentira. O tal vez el cadáver seguía allí,
con la sangre seca a su alrededor, y la mirada apagada.
Era mejor no arriesgarse a nada.
Presa del miedo a ser
descubierta, corrió al “establo” detrás de su casa, que no era más que un campo
abierto con un par de cercas. Y estaba corriendo cuando una voz la detuvo,
haciéndola voltear, y sonreír por simple instinto. Ella siempre sonreía cuando
él se aparecía.
Teo estaba sobre su carreta
en el camino de tierra, mirándola con una sonrisa deslumbrante que solo él era
capaz de hacer. Un cosquilleo recorrió las manos de la joven. A pesar de ser una
terrible persona, seguía recibiendo buenos momentos, seguía recibiendo
recompensas, cuando los que eran buenos sufrían y deseaban morir.
La vida era injusta, después
de todo.
Renne miró a Teo encantada, y
entonces recordó lo que la estaba preocupando tanto, cayendo de lleno en la
realidad. Miró a sus espaldas con un poco de miedo reflejándose en sus ojos.
Tenía que ir a ver. Tenía que hacerlo, pero la llegada de Teo se lo impedía.
Sus sentimientos se lo impedían.
-¿Pasa algo? –preguntó el
muchacho, notando en aire extraño que rodeaba a la joven. Se echó para atrás,
intentando mirar en la misma dirección que la joven. Intentando ver algo que no
debía.
Renne reaccionó al instante.
–No, no, no –contestó –no pasa nada.
Dándole la espalda a su
antigua casa, ella se acercó a la carreta en la que estaba Teo y se dejó llevar
por ese aire de tranquilidad que siempre rodeaba al muchacho.
-¿A dónde vas? –le preguntó,
mirando las cosas que llevaba en la carreta. Eran telas, lisas, estampadas, y
con dibujos hechos a mano. Una le gustaba más que la otra a la muchacha.
-Muy bien, queridísima Renne,
te diré a dónde voy –le respondió con gracia. Ella no pudo evitar reír. –Voy a
dar un paseo por Estalle –continuó –Ya sabes, el país de la paz, cero guerras,
blah, blah, blah.
Renne sonrió, aunque la
chispa de inocencia y verdadera felicidad se había evaporado por el egoísmo.
Sin pensar en lo que podría pasar, las acciones de Renne comenzaron, incitadas
por las palabras que revoloteaban en su mente. En su memoria.
-Entonces… ¿Hay espacio para
uno más? –preguntó. El rostro de Teo se iluminó, pero tal luz no tocó a Renne,
que ahora estaba sumida en la oscuridad de su capricho.
-¡Por supuesto!
El camino de tierra se
extendía por todo Westline, pasando junto las Tierras Olvidadas. La Gran
guerra, había vuelto infértil la tierra, perdiéndolas para siempre, y volviéndolas
únicamente una memoria al desastre por el cual los reinos tuvieron que pasar. Renne
evitó mirarlas, clavando su mirada en el camino de tierra, el verde pastizal a
su izquierda, o las pecas color chocolate que recorrían las mejillas y la nariz
de Teo.
Giraron a la derecha, y los
caballos comenzaron a bajar con cuidado. Si no sé equivocaba, Estella estaba a
apenas un par de metros. Miró hacía Teo y lo atrapó mirándola. Él sonrió con
gracia, y Renne no pudo evitar soltar una risita. Cosas buenas le pasaban a la
gente mala, al parecer.
Entonces se ahogo. El fresco
aire que estaba respirando hace un momento se extinguió, y uno asqueroso y
llenó de polvo tomo su lugar. Teo miró más allá de Renne, y ella notó como su
cuerpo el cuerpo del chico se tensaba. Siguió la mirada de Teo y se encontró
con nada más ni nada menos que Estalle…
Vuelta cenizas…
Comenzó a toser con fuerza, y
sintió en su boca el amargo sabor a ceniza. Teo cubrió su boca con un pañuelo,
pero eso no evitó que sus ojos se llenaran de lágrimas. No eran de dolor, ni
mucho menos de lastima, estas eran provocadas por el polvo que circulaba en el
aire. Renne se volteó un poco, imitando a Teo con lo del pañuelo. Todo se había
vuelto del color gris, y casa y tiendas estaban destruidas. Ambos bajaron de la
carreta, aun con los ojos bien abiertos. Renne escuchó un ruido bajo sus pies,
y noto una pequeña mancha blanca. Era un hueso, y lo había rotó a la mitad
cuando bajó. Agudizó su mirada y vio, en medio de aquél campo color gris, los
huesos y calaveras que se asomaban como flores en la nieve.
Su estomagó se revolvió, y volteándose,
eliminó todo lo que fuese que estaba dentro de su estomagó, sintiendo su garganta
quemar. ¿A quién estaría respirando en aquél momento?
Entonces lo recordó. Limpió su
boca con el dorso de su mano, y la cubrió rápidamente con el pañuelo. Un pequeño
campo de flores apagadas había aparecido en su memoria, y el darse cuenta que
lo había encontrado le dio un sentimiento de culpa. Lágrimas apenadas
invadieron sus ojos, y Teo la sostuvo contra él, impidiendo que cayera de
rodillas en aquél momento. Podía sentir el pulso acelerado del muchacho contra
su oído. Ella mordió su labio, maldiciendo a la apariencia inocente con la que
se había disfrazado tal masacre en aquella visión. Tenía que recomponerse
cuanto antes, pero el paisaje le evitaba todo eso.
Soltó un llorozo ahogado, y
se apretó un poco más contra Teo. Necesitaba alguien en quien apoyarse por el
momento. Necesitaba ignorar lo que debía hacer, y fingir que lo que seguía no
sería peor. Si un campo de flores apagadas, era Estalle vuelta cenizas, ¿Qué
serían esas sonrisas en medio de tanto color? Un escalofrío recorrió su cuerpo,
y ella no pudo hacer más que llorar más fuerte.
Tenía tan solo unos minutos
más de ignorancia. Unos minutos más para fingir. Unos minutos más antes de
correr.