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domingo, 17 de agosto de 2014

【Alma pura...】Capítulo III: Cenizas

<<Tan solo sigue este camino, y encontraras lo que tanto deseas>>
El camino estaba cubierto por maleza, hierbajos y grandes árboles sin vida que se cruzaban de vez en cuando. La oscuridad y los silenciosos gemidos habían poblado todo el bosque, que cada vez se volvía mas, y más profundo. Agitada, corrí mientras, sin mirar hacia atrás, rogaba que no me hayan seguido. Los ojos se me cerraban del cansancio, y de mi garganta se escapaban entrecortados jadeos. No me sorprendí cuando me encontré a mi misma en el piso.

Mi cuerpo dolía, y contuve el aliento mientras cerraba los ojos con fuerza. Tenía que escapar cuanto antes, y aun así, mi cuerpo no reaccionaba, mis ojos no se abrían y mi cabeza daba incontables vueltas, mientras intentaba –inútilmente a decir verdad- volver a mi misma y restarle importancia al alarmante dolor en mi cabeza. Me costó un segundo recobrar el control de mi cuerpo y fue entonces cuando abrí los ojos y me encontré con los de él. Estaba en el piso, al igual que yo.

<<-Así que con él me choque- pensé para mí misma, sin quitarle la mirada de encima. >>

 El muchacho abrió los ojos y me miró por incontables segundos, hasta que, en un parpadeo, él ya estaba de pie y blandiendo la espada que llevaba, poniendo la afilada punta sobre mi cuello, obligándome a mirarlo a la cara.

Sus ojos eran de un frío azul, igual al de las llamas que marcaron el fin de aquel lugar, y su cabello era negruzco, haciendo que sus ojos resaltaran mucho más en su blanca piel. Un gemido se escapó de mi garganta y fue entonces cuando vi el tatuaje rojo sangre que llevaba en su muñeca. Mis ojos se abrieron como platos e intenté hablar, pero la punta de su espada presionó  aun más mi cuello, alarmándome. Podía sentir el hilo de sangre que comenzaba a correr por mi garganta, hasta manchar mi ropa de aquella sustancia roja que corre por nuestras venas.

-T-tu ta-tatua –señalé con mi mirada su muñeca y él dirigió su mirada a ella –Se desconcentró- pensé rápidamente, y di un salto que me costó un rasguño en  la mejilla y un hilo aun más grande de sangre en mi garganta. Solté un quejido y antes de que el muchacho pudiera acorralarme levanté la manga de mi vestido, para mostrarle mi antebrazo desnudo.
-Te… Tenemos el mismo –aclaré, mientras tomaba aire y miraba con desesperación al muchacho, implorando a los Dioses que me perdonen la vida. Que aún no arranquen mi existencia del mundo de los vivos...

 En la noche, ambos tatuajes, al mío y el suyo, brillaron con la luz de la luna llena que nos miraba desde arriba con una sonrisa en el rostro, siendo la única testigo de aquel momento que daría inicio al error… El rojo sangre de aquellos tatuajes marcaron nuestro inicio como únicos sobrevivientes del incendio de Estalle,  el pueblo en donde mantener la paz era la única y más importante regla…

La muchacha, Renne, estaba sumida en sus sueños más dulces, cuando todo a su alrededor se distorsiono, tomando la forma de aquella pesadilla que la perseguía día tras día, noche tras noche... Abrió los ojos lentamente, encontrándose con la pálida madera color gris, del cual estaba hecho el techo de su pequeña casita. Soltó un suspiro, y con el dorso de su mano se seco el frio sudor, provocado por aquel miedo que la desafiaba cada noche, que había bañado su frente, haciendo que sus cabellos se pegasen a esta.

Refregándose los ojos, la niña se levantó de la cómoda silla, adornada con almohadones de terciopelo rojo, ya desteñido por el paso de los años. Se estiró, al igual que lo hacían los felinos, dejando que un bostezo escapase de su boca y provocando ligeros crujidos, provenientes de su columna.

Corrió las pesadas cortinas, dejando que toda la luz del sol bañase la pequeña habitación, llenándola de pequeñas sombras que reían por lo bajo.

-Padre... -dijo la niña, llamando inútilmente a aquella persona que, aun después de haberla protegido toda su vida, ella hizo desaparecer de todos aquellos recuerdos que aun quedaban por crear. Renne bajó la mirada, y dejó que las lágrimas corrieran libremente por sus mejillas, escapándose de aquella prisión llamada “orgullo”.

Cayendo al piso de rodillas, la niña lloró. Lloró hasta que su garganta dolió, lloró hasta que sus ojos ardían... lloró hasta que se dio cuenta que sus manos temblaban, hasta que se dio cuenta que no podía ponerse de pie... hasta que notó que ya no lloraba, aun cuando creía hacerlo...

Su pecho subía y bajaba rápidamente, su pulso era acelerado, al igual que su respiración. La muchacha se puso de pie, y secó aquellas lágrimas que no habían querido abandonar sus ojos con la manga de su vestido. Aquello era inútil. Lamentarse después de haber cometido aquellos errores que creía necesarios, no hacía más que hacerla desperdiciar tiempo muy valioso en su vida, tiempo que necesitaría una vez que decidiese salir a emprender aquél viaje que la terminaría por cambiar para siempre…

Dando un suspiro, se puso de pie y fue a su cuarto. El desorden era evidente, y el recuerdo de su padre ordenándolo no hizo más que provocar un gemido de dolor en la joven. Si el aun estuviese allí, de seguro hubiese impregnado el aroma a rosas en toda la habitación, en cada vestido y mueble, únicamente para que la muchacha estuviese conforme y cómoda consigo misma. Pero el ya no estaba allí, y la causante de aquello había sido ella y nadie más que ella.

Las ganas de llorar volvieron a invadirla, pero se resistió ante esta y comenzó a preparar todo lo que necesitaría para partir de una buena vez, y olvidar aquel lugar, que en algún momento fue su hogar…

Cambió su blanco camisón, manchado de sangre, nieve sucia y lágrimas, por un vestido que le llegaba por debajo de sus rodillas. Era de color celeste, con un cuello largo que cubría su garganta, brillantes formas de flores en color oro, y una falda roja apareciendo por debajo de la tela azul. Había decidido que ese sería su único recuerdo del pasado, además de que le parecía mucho más útil que todos sus largos vestidos que no harían más que perjudicarla y volverla más propensa a caídas. Era demasiado elegante como para usarlo en este viaje que estaba lejos de ser una fiesta, pero aún así seguía siendo abrigado y le permitía moverse con más facilidad. Además de que, aquél vestido era un recordatorio a lo que se perdía. Un recordatorio a su pecado y su eterna carga. Y tal vez, una muestra de cómo la puerta que conducía a una vida tranquila y pacífica se cerraba frente a ella, por culpa de un deseo egoísta y acciones desencadenadas por una falsa esperanza.

El vestido había sido un regalo de su mejor amigo, Teo. Había sido en la noche de su cumpleaños. Junto al estanque, el muchacho había cubierto los ojos de la niña con sus manos, y luego de unos improvisados redobles de tambores en el oído de ella, él había dado a conocer el regalo. Con una sonrisa triunfal, había sostenido el vestido con ambas manos, disfrutando de la expresión de asombro de ella.  En el estanque junto a ellos, los peces anaranjados nadaban en el agua iluminada por la luz de la luna. Absortos en su pequeña felicidad, ni siquiera habían percibido la negrura del bosque, ni los sonidos que provenían de él. Renne se había sentido feliz, aun cuando se dio cuenta de donde venía el regalo.

Teo Mijred era el hijo de Stuart Mijred, un comerciante de vinos, telas y su nuevo negocio: vestidos finos provenientes de Flirchtedd, el reino del Oeste. Teo trasladaba los productos de ciudad en ciudad, y estaba claro que a diferencia de todo lo demás, el vestido nunca había llegado a destino. Fuese cual fuese el castigo, él no demostró ningún malestar, y no hizo ninguna queja. Al parecer ver el rostro de Renne en aquél momento valía cualquier golpiza de parte de su padre.

Renne sonrió ante el recuerdo, sintiéndose ligeramente relajada. Mucho más calmada.

Casi como si nada hubiese pasado, como si su vida no hubiera dado un traspié y como si no hubiera hecho nada malo, Renne comenzó a armar una bolsa con lo necesario. Comida, vendajes, un abrigo, lápiz y papel. Con gracia y sin vergüenza, la joven cantaba. Era como una burla al mundo y al famoso, “karma” que nada había hecho.

El trotar de los caballos le llamó la atención. Miró por la ventana de su habitación. Unos jinetes pasaban por el camino de tierra cerca de su casa. El mismo camino por el que había llegado su padre. Por alguna razón… eso no le afecto en nada, pero sí lo hizo aquél recuerdo. El de la promesa.

Un escalofrío recorrió su columna, poniéndola en alerta a la situación. Su mente comenzó a maquinar una mentira, casi por reflejo. Ella se estremeció, y agarrando el bolso, abandonó la habitación y salió de la casa.

El caballo… ¿lo habían visto?

Ni siquiera recordaba si seguía allí, o sí había estado de verdad aquélla noche allí. Tal vez solo había sido una ilusión. Tal vez era otra mentira. O tal vez el cadáver seguía allí, con la sangre seca a su alrededor, y la mirada apagada.

 Era mejor no arriesgarse a nada.

Presa del miedo a ser descubierta, corrió al “establo” detrás de su casa, que no era más que un campo abierto con un par de cercas. Y estaba corriendo cuando una voz la detuvo, haciéndola voltear, y sonreír por simple instinto. Ella siempre sonreía cuando él se aparecía.

Teo estaba sobre su carreta en el camino de tierra, mirándola con una sonrisa deslumbrante que solo él era capaz de hacer. Un cosquilleo recorrió las manos de la joven. A pesar de ser una terrible persona, seguía recibiendo buenos momentos, seguía recibiendo recompensas, cuando los que eran buenos sufrían y deseaban morir.

La vida era injusta, después de todo.

Renne miró a Teo encantada, y entonces recordó lo que la estaba preocupando tanto, cayendo de lleno en la realidad. Miró a sus espaldas con un poco de miedo reflejándose en sus ojos. Tenía que ir a ver. Tenía que hacerlo, pero la llegada de Teo se lo impedía. Sus sentimientos se lo impedían.

-¿Pasa algo? –preguntó el muchacho, notando en aire extraño que rodeaba a la joven. Se echó para atrás, intentando mirar en la misma dirección que la joven. Intentando ver algo que no debía.

Renne reaccionó al instante. –No, no, no –contestó –no pasa nada.

Dándole la espalda a su antigua casa, ella se acercó a la carreta en la que estaba Teo y se dejó llevar por ese aire de tranquilidad que siempre rodeaba al muchacho.

-¿A dónde vas? –le preguntó, mirando las cosas que llevaba en la carreta. Eran telas, lisas, estampadas, y con dibujos hechos a mano. Una le gustaba más que la otra a la muchacha.

-Muy bien, queridísima Renne, te diré a dónde voy –le respondió con gracia. Ella no pudo evitar reír. –Voy a dar un paseo por Estalle –continuó –Ya sabes, el país de la paz, cero guerras, blah, blah, blah.

Renne sonrió, aunque la chispa de inocencia y verdadera felicidad se había evaporado por el egoísmo. Sin pensar en lo que podría pasar, las acciones de Renne comenzaron, incitadas por las palabras que revoloteaban en su mente. En su memoria.

-Entonces… ¿Hay espacio para uno más? –preguntó. El rostro de Teo se iluminó, pero tal luz no tocó a Renne, que ahora estaba sumida en la oscuridad de su capricho.

-¡Por supuesto!

El camino de tierra se extendía por todo Westline, pasando junto las Tierras Olvidadas. La Gran guerra, había vuelto infértil la tierra, perdiéndolas para siempre, y volviéndolas únicamente una memoria al desastre por el cual los reinos tuvieron que pasar. Renne evitó mirarlas, clavando su mirada en el camino de tierra, el verde pastizal a su izquierda, o las pecas color chocolate que recorrían las mejillas y la nariz de Teo.

Giraron a la derecha, y los caballos comenzaron a bajar con cuidado. Si no sé equivocaba, Estella estaba a apenas un par de metros. Miró hacía Teo y lo atrapó mirándola. Él sonrió con gracia, y Renne no pudo evitar soltar una risita. Cosas buenas le pasaban a la gente mala, al parecer.

Entonces se ahogo. El fresco aire que estaba respirando hace un momento se extinguió, y uno asqueroso y llenó de polvo tomo su lugar. Teo miró más allá de Renne, y ella notó como su cuerpo el cuerpo del chico se tensaba. Siguió la mirada de Teo y se encontró con nada más ni nada menos que Estalle…

Vuelta cenizas…

Comenzó a toser con fuerza, y sintió en su boca el amargo sabor a ceniza. Teo cubrió su boca con un pañuelo, pero eso no evitó que sus ojos se llenaran de lágrimas. No eran de dolor, ni mucho menos de lastima, estas eran provocadas por el polvo que circulaba en el aire. Renne se volteó un poco, imitando a Teo con lo del pañuelo. Todo se había vuelto del color gris, y casa y tiendas estaban destruidas. Ambos bajaron de la carreta, aun con los ojos bien abiertos. Renne escuchó un ruido bajo sus pies, y noto una pequeña mancha blanca. Era un hueso, y lo había rotó a la mitad cuando bajó. Agudizó su mirada y vio, en medio de aquél campo color gris, los huesos y calaveras que se asomaban como flores en la nieve.

Su estomagó se revolvió, y volteándose, eliminó todo lo que fuese que estaba dentro de su estomagó, sintiendo su garganta quemar. ¿A quién estaría respirando en aquél momento?

Entonces lo recordó. Limpió su boca con el dorso de su mano, y la cubrió rápidamente con el pañuelo. Un pequeño campo de flores apagadas había aparecido en su memoria, y el darse cuenta que lo había encontrado le dio un sentimiento de culpa. Lágrimas apenadas invadieron sus ojos, y Teo la sostuvo contra él, impidiendo que cayera de rodillas en aquél momento. Podía sentir el pulso acelerado del muchacho contra su oído. Ella mordió su labio, maldiciendo a la apariencia inocente con la que se había disfrazado tal masacre en aquella visión. Tenía que recomponerse cuanto antes, pero el paisaje le evitaba todo eso.

Soltó un llorozo ahogado, y se apretó un poco más contra Teo. Necesitaba alguien en quien apoyarse por el momento. Necesitaba ignorar lo que debía hacer, y fingir que lo que seguía no sería peor. Si un campo de flores apagadas, era Estalle vuelta cenizas, ¿Qué serían esas sonrisas en medio de tanto color? Un escalofrío recorrió su cuerpo, y ella no pudo hacer más que llorar más fuerte.

Tenía tan solo unos minutos más de ignorancia. Unos minutos más para fingir. Unos minutos más antes de correr.

Unos minutos más, antes de que nos encontremos…

sábado, 5 de julio de 2014

【Alma pura...】Capítulo II: Sombras

<<¿Quieres que te cuente un secreto?
Se cómo cumplir tu sueño... >>
-¿Quién eres…? –preguntó Renne, mirándolo con cierta consternación que había terminado por alarmar al padre. Aun así no cayó al pánico, ya que aun quedaba la posibilidad de que estuviera bromeando… aun cuando nunca lo hacía de ese modo. Ese modo tan cruel y tétrico. Aquél no era su sentido del humor, y su padre lo reconoció, un poco consternado, un poco confundido, un poco presa del pánico.

-Cariño… -intentó mantener su voz calma, aún cuando tal sensación hacía invadido su pecho. Aquella era su hija, su única hija. Los dioses eran crueles con él, muy crueles como para recibir plegarias… pero aun así las recibirían. Si no eran las de él, serían las de algún padre más que rogaba que la salud llegase a su familia. Él no era nadie, después de todo, tan solo un padre, un padre que ahora se encontraba desesperado de ver la mirada de su hija. El toque de alegría que chipoteaba de estos el día anterior había desaparecido. Sus ojos ya no poseían ningún brillo… estaban completamente fríos y vacios.

Su padre se acercó, como cualquier padre que desea acariciar el rostro de su hija, con aparente aire tranquilo y cariñoso. Pero dentro, una punzada de miedo lo había invadido, y esta solo pudo crecer en cuanto Renne se alejó de su toque y lo miró con acusación. Es punzada de miedo se torno una de pánico, tristeza, decepción y dolor. Uno que le arrebató el aire sin dudarlo.

-No… no me toques –masculló la joven, cargando su voz con lo que parecía ser ira, o simplemente asco. Pero lo que su padre vio en sus ojos fue una simple cosa. Miedo. Uno que no existía más que en la actuación de la joven. El miedo a que él no le crea y su plan falle, pero para su padre, aquél miedo era uno peor… Ella le temía. O al menos eso creía el hombre, quién sintió un gemido escapar de sus labios. ¿Qué estaba sucediendo?

-Renne… -susurró, más como un ruego, una plegaría a los dioses. Lástima que ellos solo se reían de las tragedias mortales.

-No vuelvas a pronuncias mi nombre –fue lo último que dijo la joven antes de alejarse de él e irse a su habitación. Se dio la vuelta antes de llegar a la puerta. Su padre estaba parado allí, con la mirada perdida. Parecía consternado, confundido, y era increíble que esas fueran sus únicas reacciones. Algunas personas reaccionaban peor ante momentos como estos. Al final decidió continuar, aunque aquello pareciese una locura, y antes de que logre dar un solo paso, Renne avanzó nuevamente hacía él.

Mordía su labio, ligeramente enojada por lo que sucedía. ¡¿Es qué acaso no lo entendía?! Debía irse, debía hacerlo rápido, en ese mismo momento. La esperanza que tenía su padre le hacía enojar. Odiaba tener que actuar así con él. Odiaba tener que ver esa mirada en sus ojos, pero aun así continuaba actuando, continuaba hiriéndolo. Le quitaba lo único que tenía de sus manos y sin permiso alguno.

-¡Vete! –gritó con toda su voz, dejando salir su enojo, y que este acabe con las lágrimas que rogaban por salir. Su padre la miraba demasiado confundido como para reaccionar. Su mirada parecía perdida, como la de aquél que cree seguir en un mal sueño. Como aquél que ruega que todo sea una pesadilla.

-¡FUERA! –volvió a vociferar, esta vez tomando el cuchillo que se encontraba en la mesada, impregnando su mirada con falsas esperanzas. Mentira tras otra, el posible final en su cabeza comenzaba a tomar forma. Aunque claro, tanto aquél final como los susurros que había oído eran mentiras. Unas que escondían un trágico final… o incluso uno divertido. Porque, al fin y al cabo…

Todo es para satisfacer su capricho…

Su padre se tambaleó hasta la entrada, confundido. Él no le tenía miedo a su hija… al menos no hasta entonces. Renne dio un paso, solo un paso hacia delante y murmuró por última vez: -Vete…

La puerta crujió casi con gracia. Una vocecita en su cabeza susurraba: “Realmente creías que se quedaría…”.

Al otro minuto, estaba llorando en el piso. Su enojo se había ido desapareciendo con cada palabra que decía, y ahora se daba cuenta que todo era una estupidez. Estaba arruinando su vida, toda su vida por algo que vio en un sueño tonto. Si se tratase de un sueño, claro…

Las lágrimas recorrieron su rostro, mientras el agarre en el cuchillo desaparecía.  Las esperanzas de Renne la estaban conduciendo por un muy mal camino. Hay momentos en donde el corazón se equivoca después de todo.

Se permitió llorar, se permitió sentirse horrible. Se permitió eso y mucho más. Era como un castigo que ella misma se imponía por haber hecho lo que hizo, aun cuando lo que hizo mereciese un castigo mucho mayor. Mucho más grande. Y lo recibiría. No ahora, pero les aseguro que lo recibió, tanto por lo que hizo, como lo que va a hacer.

Con movimientos mecánicos se levantó del piso, fue a su habitación, se cambió de ropa. Las lágrimas se habían secado en sus mejillas, y algo dentro de ella se expandió con terrible velocidad. Era un vacio que se hacía cada vez más grande, uno que le quitaba el aire y sus ganas de cualquier cosa. De cierta forma, Renne sentía como si nunca volviese a llorar, como si en su interior las cosas no pudiesen ser peor. Claro, estaba equivocada, como todos nosotros.

Las cosas siempre pueden ir peor.

Apagó el fuego de la chimenea, y contempló su “hogar”. Una silueta negra se dibujaba enfrente de ella, su propia sombra que la miraba. El “sueño” de la otra noche volvió a su cabeza. Renne sonrió, casi con culpa. Aquella cercanía con la muerte que había experimentado en la pesadilla la volvió ligeramente… adulta. Casi podía ver la sonrisa de la silueta que la había tomado. Aun cuando debería sentir miedo, ella simplemente sonreía. Recordaba con claridad las palabras. La promesa.

Su mirada fue a parar a las estatuillas de madera, las que talló con tanto cuidado. En sus ojos celestes se reflejaba la forma de una de ellas. Era de una niña, un libro. Sus pies se movieron por si solos. Sus manos tomaron la figurilla con cuidado, y la pusieron frente a sus ojos. No lo había notado. En un costado, muy cerca de la niña, un relieve irregular dibujaba una figura. Un conejo.

Renne clavó su mirada en él. Lo que era un error pasó a ser parte de la obra. Renne sonrió, casi agradecida de haber descubierto aquél detalle. De espaldas, ella no pudo notar como en la sombra que se dibujaba en la pared, dos puntos rojos brillaron casi con gracia, comprendiendo todo. Ese par de puntos rojos desapareció en cuanto Renne se dio la vuelta, casi burlándose del mundo.

Ese par de puntos rojos eran similares a los ojos de un monstruo…
O los de un lobo feroz…

El viento que entraba por la ventana quitó a la joven de sus ensoñaciones. Ella dejo la figura en donde estaba y camino hacía su habitación, sintiendo como su sonrisa agradecía se transformaba en una mueca torcida. Similar a una sonrisa, pero sin ninguno de los sentimientos que esta debía demostrar. Era fría...


Como la que estaba rompiéndome en aquél momento…

jueves, 22 de mayo de 2014

【Who are you...?】Capítulo IV: Tiempo...



Y bueno... ¡capítulo nuevo! :,D (Y recien salido del horno (?)).
Disfrútenlo ^^
_______________________________

Descubrió que aquello no era plástico, si no que era una pedazo de cartulina. Pasó la yema de sus dedos sobre los puntos en relieve. Algo dentro de Erwin sintió curiosidad por lo que querían decir…

Había estado investigando esa noche, incluso se había saltado la cena para poder buscar aquello, y después de unos instantes había dado con lo que tanto quería saber.

El significado de aquellos puntos.

15 -1622899

¡Le había dado su número de teléfono! Algo dentro de él saltó y lo hizo sonreír como un idiota. Tenía su número, ella le había dado su número, ella se lo había entregado de esa forma para que no dijera nada sobre eso…

Ella quería que la llamase…

Definitivamente, eso sí lo hizo sonreír como un idiota. Con la puerta de su habitación cerrada, él se tiró sobre la cama, sosteniendo con fuerza el celular en la mano, y se quedó mirando el techo de un blanco mugroso. Se sentía como una colegiala, cuando la cosa debería ser al revés. Apretó con más fuerza su celular, e hizo una mueca. ¿La llamaba? ¿No la llamaba?

¿Llamar o no llamar? Esa es la cuestión…

Apretó los labios con fuerza y se sentó en la cama, soltando un largo y sonoro suspiro. Tomando una bocaza de aire -que le sirvió más que nada para juntar coraje -, desbloqueó la pantalla y comenzó a marcar el número.

El tono de espera comenzó a sonar.

Finalmente atendieron.

-¿Hola…?

Erwin se quedó un momento en su cama, mirando la pantalla del celular brillar. La había llamado y ella estaba hablando, ¡debía decir algo! ¡¡Cualquier cosa!!

-¿Erwing?

Soltó un gruñido casi inevitable. Odiaba cuando le decían “Erwing”. Lo hacía sentir idiota sobre su nombre.

-¡Ja, ja! ¡Pero si eres tú! Te vendría bien dejar de gruñir tanto y comenzar a hablar un poco más. No sé si te enteraste, pero nosotros, los “normales” tenemos algo llamado idioma… solo para que te enteres

Erwin soltó una carcajada y escuchó a la joven unírsele.

Muchos a primera vista cometerían el error de marcarla de débil.
Muchos al conocerla creerían que el ser ciega la había amargado.
Muchos al pasar un par de horas con ella terminarían pensando que era cruel.

Erwin había pasado apenas una hora con ella, y pensaba que era genial. Casi la persona más inteligente que había visto.

Era una lástima que no lo viera… o tal vez una ventaja. Erwin no parecía la clase de chico que realmente era, para su desgracia.

Tal vez de haberlo visto nunca se le hubiese acercado…

-¿Erwing…? Si no contestas te diré “Erwinggg” por el resto de tu vida –le amenazó la muchacha desde el otro lado del auricular.

Erwin se acercó el celular al oído y con un poco de desgana dijo –Espera un minuto. –la muchacha se calló, y el fue a buscar el manos libres de su mochila. Con el no tendría que dar explicaciones a una posible madre que entrase a su habitación de improvisto.

-¿Listo, señor ocupado? –preguntó la joven.

-Listo –le respondió Erwin.

-Muy bien… llamaste.

-Hasta donde sé…

-¡Ja, ja! ¡Eres un idiota! La gente me creería loca si les contará como eres.

-No digas… -se interrumpió –bueno, en realidad tienes bastante razón con eso.

-¡Por supuesto que la tengo! ¿Eres idiota? ¡Yo soy la más inteligente de nosotros dos.

-Eso es debatible.

-¡Oh, vamos! Apuesto a que ni siquiera pudiste sacar mi edad todavía.
-¿Tu edad?

-La última vez que comprobé no estabas sordo, por lo que, ¡sí, mi edad!

Erwin rió por lo bajo, y se aclaró la garganta.

-Pues lamentó informarte que el de la vista de nosotros dos soy yo, por lo que puedo decir cuál es tu edad

-¿Ah, sí? Entonces dime… ¿Cuánto me das?

-Diecisiete –le dijo sin duda alguna.

-Nope.

-¿Qué? –le preguntó confundido.

-Que no, genio. Esa no es mi edad.

-Entonces…

-¡Mi turno! Yo digo que tienes unos… ¿Dieciocho?

-… No.

-Mientes.

-¡No lo hago! No tengo dieciocho, punto final.

-… -la muchacha suspiró.

-¿Dieciséis?
  
-¿Qué? –preguntó confundida.

-¿Si tienes dieciséis?

-¡Ja, ja! Creó que intercambiamos roles… ¡Ahora tu eres el ciego! ¡JA, JA!

-Agh… ¿entonces cuánto?

-Así no funciona el juego
-¿Cuánto? –le preguntó Erwin sin ningún animó en su voz. Era extraño estar con ella, incluso solo hablar con ella lo ponía así. Frustrado y de repente, agotado. Era imposible sentir esa cantidad de emociones en una misma hora, ¿verdad?

Ni él mismo entendía que le pasaba.

Y ella se encontraba exactamente en la misma situación.

-… Veintidós –respondió sin animó la muchacha. ¿Por qué era él siempre el que arruinaba la alegría?

-… Estas bromeando –le preguntó consternado él. ¡Veintidós! Se llevaban exactamente, ¿cuánto? Cuatro o cinco años… por alguna razón eso lo tiró lentamente abajo. Se sintió un niño de un momento a otro, y al parecer la joven se había dado cuenta de esto. Por alguna razón, los años terminaron asustándolo un poco.

Definitivamente sus pintas no mostraban como era realmente.

-Ya es tarde, debo irme a dormir. Hasta pronto… Erwin.

La llamada se cortó.

Ella no le dio ni tiempo a despedirse. Probablemente porque él no quería despedirse. Él simplemente deseó cortar de una vez. Y eso es lo que habría hecho. Definitivamente los años no eran muchos, comparados con otras personas, pero… ella ya tenía cinco años cuando él nació. Ella tenía seis cuando él comenzó a gatear. Tenía siete cuando él comenzaba a aprender a hablar.

Mirándolo de esa forma, la cosa asustaba un poco.

Era un idiota, ella tenía razón. ¡Eran solo cinco años! Había parejas con más años de diferencia que ellos, pero aun así… era extraño.

Tal vez hubiese preferido no saber su edad jamás. ¿Por qué había propuesto ese juego? Tal vez para darse cuenta cuanto lo desilusionaría cuando se enterase.

Ella supo que eso iba a pasar.

Era inteligente. Y él un idiota. No debió haberla conocido.

Por un momento se imaginó un futuro. Ella era más adulta que él. Ella sabría más sobre la vida que él. No, en realidad, ella conocía mejor la vida que él. ¿Cómo lograría siquiera complacerla? Ella esperaría cosas de él, que él simplemente no conocía.
Los años entonces si parecieron muchos, y eso lo desilusionó bastante. ¡¿Por qué seguía pensando en eso?! Debería estar pensando en disculparse, en llamarla diciéndole que aun quería hablar con ella pero… de repente no sentía ganas de hablar con ella.

De repente quería no volver a verla.

Los años tal vez eran solo una excusa, pero por alguna razón él no podía. Simplemente no podía. Lo que más le pegaba era que… ¿se había imaginado un futuro con ella? Y lo peor de todo era que…

Este no resultaba bien.

Él sabía que ella no era ese tipo de persona, pero aun así no quería tener que cumplir con expectativas. No quería tener que competir con el tiempo. Con la experiencia. Tener que aprender cosas antes de su momento.

No quería tener que crecer aun más por ella.

A fin de cuentas, si era sobre la edad. Si ella le hubiese dicho que tenía catorce seguramente no se hubiese hecho problema. Ella sabía en que se metía sin que él se lo dijera, pero este caso era diferente. Él no sabía en que se metía. Él no quería saber en qué se metía…

Pero quería ir con ella…

Abrió los ojos bien grande, se sentó en la cama y sujeto su flequillo con una mano. ¿Sería capaz de arrojarse a la interpedie de la madurez por ella? ¿Hacer la vista gorda? No. Debía ser como ella.

Debía cerrar los ojos y no ver nada.

Tenía que ser ciego ante el tiempo, la edad y la madurez.
Debía hacerlo.

No iba a madurar por ella, pero si iba a dejar que lo guie. Ella sabía más, ella lo ayudaría, y él sabía que ella, al fin y al cabo, no esperaría nada de él.

Solo querría estar con él.

Y no se equivocaba…

Ella quería estar con él.


Pero aun no lo sabía…

domingo, 16 de marzo de 2014

【Who are you...?】Capítulo III: One chance


El muchacho, frustrado, negó con la cabeza. Ya era la decima vez que le hacía la misma pregunta, y la muchacha simplemente no acertaba, acusándolo de ser demasiado impaciente con ella. Pues sí, de cierta forma él nunca había sido alguien muy paciente, pero aun así, le molestaba cuando se lo echaban a la cara. La muchacha estaba haciendo un puchero infantil mientras el joven soltaba un suspiro largo, y agotado, que le quitó el aliento. La joven ladeó la cabeza un poco, y puso su dedo indicé sobre su labio, pensativa.

-¿…Dos? –intentó averiguar la muchacha. Era más que obvio que estaba lanzando lo primero que se le venía a la cabeza.

-No… -gruñó el muchacho, poniéndose los dedos sobre la sien. Esta chica ya lo estaba molestando demasiado. Era imposible que no entendiera cálculo tan simple como aquél.

- ¿Tres…? –volvió a preguntar la muchacha, con una sonrisa divertida en el rostro. Estaba más que obvio que se estaba divirtiendo bastante, caso contrario del muchacho, quien estaba dudando entre sí tirarla por la ventana, o borrarle esa sonrisa con su pluma. Ninguna podría pasar como un accidente, pero eso era lo de menos.

<< Pluma –pensó el muchacho. Decidiéndose finalmente por su método de ataque. –Y después una siesta…>>

-¡Oh, oh, oh! ¡Ya sé! –chilló la muchachita, abriendo los ojos como platos y dándole una sonrisa victoriosa al peliblanco. El muchacho tan solo la miró con desgana.

 -Dime

-¡Cuatro! –finalizó la chica en un chillido, alargando demasiado la “o”. Se la notaba llena de energías, energías que le hacían falta al muchacho. Nunca había entendido como se podía mantener tan… brillante. Hasta él llegaba a cansarse en algún momento.

-No –la regañó el muchacho, ignorando por completo el puchero que le hacía la muchachita, quien se había desplomado sobre la mesa y comenzado a “llorar”. El muchacho se puso a ojear las páginas del libro de ejercicios, en donde estaban todas las respuestas. Un pequeño regalito de uno de sus pajaritos. Abrió los ojos al dar con la respuesta del ejercicio. 

-¡Eh! Mira… era dos.

La muchacha comenzó a levantar la mirada lentamente, con los ojos entrecerrados y su mirada que lanzaba chispas. Eran como un par de cuchillas mirándolo fijamente. El muchacho ni siquiera titubeó, como si ya estuviera acostumbrado a aquellas clases de situaciones. Y lo estaba realmente. La peli-rosa apretó los puños, y frunció el ceño, enfurecida. Ahora era ella la que se cuestionaba que dolería más, si un golpe en la cabeza contra el escritorio, o clavarle la pluma en la mano. Optó por la pluma, como todos. 

Había comenzado a alargar la mano hacía ella cuando el muchacho la miró de reojo. Ella se congeló al instante, mirándolo fijamente. Era como si la hubiese atrapado haciendo algo malo y debería sentirse arrepentida. Y lo estaba un poco, hasta que recordó el por qué iba por la pluma. Él joven soltó una risita maliciosa, leyendo a la perfección los pensamientos de la chica. Sus pensamientos ya no habían sido únicamente de ella desde que lo conoció. Aquel muchacho la leía como un libro abierto y ella no podía evitarlo.

<< -Tú, y tus condenados pajaritos –pensó la muchacha apretando los dientes. >>

-¿Qué pensabas hacer? –le preguntó el muchacho, con una ceja alzada y una sonrisa desdichada que hacía enfurecer a la muchacha. Ella se mordió el labio, tragándose sus palabras con amargura. El sabor en su garganta era metálico, y el oír la melodiosa risa del muchacho había provocado un ligero tic en su ceja. La muchacha infló las mejillas y se cruzó de brazos enfadada. Ella siempre era de actuar así, nunca había sido alguien que expresara sus emociones como realmente venían, era más bien aquella que intentaba volver bueno todo lo malo.

La optimista, ese era su papel en aquella obra.

-Nada –bufó la muchacha, desviando la mirada de esos ojos felinos que la observaban y la clavó en un banco vacío. El muchacho no dijo nada, simplemente le quitó importancia y se puso a ojear el libro. Ninguno de los dos habló.

Su maldito orgullo terminaría matando a uno o al otro…

La muchacha le dedicó una mirada de reojo al muchacho, quien se encontraba demasiado metido en las líneas del libro como para haberla visto. Ella se mordió el labio impaciente, juntando los hilos de aquel plan malévolo que se estaba formando en su mente. Atacar cuando la presa esta desprevenida. Abrió los ojos bien grandes, aguantándose la euforia que le provocaba el tan solo pensar en lo que iba a hacer, y sin pensarlo dos veces, una vez que todos los hilos se unieron, pegó un brinco del asiento y se abalanzó contra el muchacho, tirándolos a ambos en el piso… junto con la silla en donde había estado sentado el muchacho.

Él no tuvo tiempo ni de regañarla cuando ella cayó sobre él, dejando todo su peso sobre su cuerpo. En cuanto la muchacha reaccionó, rápidamente se sentó, con sus rodillas a cada lado del  cuerpo del joven, y sus manos a cada lado de su rostro. Estaba sentada en parte de su estomago, y eso molestó un poco al muchacho, quien había recibido casi todo el golpe.

<<Mal día para traer pollera –pensó la muchacha, ruborizándose al instante. >>

-¡¿Se puede saber que están haciendo?! –vociferó la preceptora de los cursos más altos, quien estaba recorriendo el pasillo cuando escuchó todo el jaleo. Ambos muchachos levantaron la mirada rápidamente, mirando fijamente los ojos verdes que parecían haberse vuelto llamas en aquel momento. Un pequeño temblor recorrió la espina dorsal de la muchacha.

-Nada –respondieron los dos a unisonó, como si la posición comprometedora en la que estaban fuera absolutamente natural. Los ojos de la preceptora lanzaban chispas. Parecía que, encontrarse con dos adolescentes, de diferente sexo, uno encima del otro, ella sentada sobre la entrepierna de él y con su rostro relativamente cerca y sonrojado, ponía de malas a su preceptora, quien rápidamente dio otro chillido, haciendo que la peli-rosa pegará el salto más alto de su vida y se separará rápidamente del muchacho, quien, limpiándose la camisa, se levantó del piso, elegante cual gato. De cierta forma se parecía a uno, pensó la muchacha. Sus ojos, felinos y grises, sus movimientos gráciles y confiados, silenciosos y elegantes, y su tranquilidad… y pensar que su animal favorito eran los gatos. Simple y sencillo. Aun así, ella nunca le había comentado sus pensamientos, jamás, aunque, juzgando por la capacidad del muchacho para leerla, estaba claro que ya sabía de derecha a izquierda los pensamientos de la joven.

Él lucía ciertamente frustrado, y eso le provocó más miedo a la joven que la mirada acusante de su preceptora de curso, quien los miraba como si los hubiese encontrado… no lo sé, haciendo cosas inapropiadas en el instituto…

<< ¡Idiota! –pensó la muchacha, dándose un golpe con la palma de su mano en la frente. >> 

Después de un largo regaño, que escuchó por completo, la preceptora les pidió sus libretas y se marchó. Él había estado mirando hacía un lado, y ahora volvía a retomar su atención en lo que sucedía a su alrededor. Mirándola de pies a cabeza, con sus ojos gatunos que hacían temblar a la joven, él soltó un bufido y comenzó a caminar a pasos largos por el pasillo.

Le costó un instante a la muchacha volver en sí, y correr hacía él rápidamente, poniéndose a su lado para caminar a la par. Una pareja dispareja, pero no por eso, imperfecta. Ambos eran la clase de persona que uno se queda mirando al pasar, aunque ella se avergonzaba y él gozaba del momento. Un galán demasiado inteligente y una miss universo que no aceptaba su belleza. Cada uno en un lado opuesto del polo, pero aún así, caminaban a la par.

Un golpecito en el hombro sacó a la peli-rosa de sus pensamientos casi al instante. Esta se dio la vuelta y ahí estaba, un muchacho que, estaba segura, había visto antes, aunque eso tampoco aseguraba que supiese de quien se tratase. Iba a preguntarle eso cuando este comenzó a hablar.

-Hola Grecia –saludó el muchacho. La joven abrió los ojos, un poco sorprendida por qué supiese su nombre, y un poco asustada por la misma razón. Ella sonrió a modo de saludo. El joven hizo lo mismo. –Quería saber si ya tenías pareja para el bai…

-La tiene –la peli-rosa se giró un poco, encontrándose con los ojos felinos de su… ¿amigo? Su mirada era fría y turbia, haciendo que los pelos de los brazos de la chica se pusieran de punta. Era como ver una llama helada, que lentamente te quemaba por dentro, dejándote sin aliento. Aquella mirada siempre le había dado miedo a la joven.

-Simón –dijo el castaño con disgusto. Su piel era morena, y sus ojos eran almendrados, del color de la canela. Había cierto tono en su voz que demostraba que Simón no era, del todo, alguien con quien se hubiese quería encontrar. Aun así, el peliblanco hizo caso omiso a su mueca. ¡Es más! Había aparecido una pequeña chispa en sus ojos que demostraba cuán divertida le era la situación. Grecia pudo respirar nuevamente. Al final la situación no había sido tan seria.

-¿Por qué ese tono, Mathew? Y yo que creía que éramos amigos –sarcasmo. De aquí a la China era visible el sarcasmo. Grecia se mordió un labio, nerviosa. Mathew era de la misma altura que Simón, y su mirada era irritada y molesta, muy diferente a la del peliblanco, que brillaba con gracia y diversión.

Esto no iba a acabar bien…

Grecia siempre se había preguntado como hacía Simón para no terminar siempre con los puños. Las peleas cuerpo a cuerpo eran su talón de Aquiles, pero al parecer, nadie parecía darse cuenta. Todos se enfrentaban a él en una pelea verbal, creyendo que podrían ganarle… creyendo, porque de ganarle, jamás. Había cierta magia en el peliblanco que, por alguna razón, le hacía decir lo justo en el momento correcto, dejando sin ningún argumento a cualquiera que se le enfrentara.

Cierta magia que se le iría en algún momento… aunque no parecía ser pronto.

Mathew soltó un bufido, y volvió a dirigir su mirada a la peli-rosa.

-Grecia, ¿quieres ir al…?

-No mentía respecto a lo anterior –la mirada de Simón volvió a ponerse helada y filosa. –Ella ira conmigo, y tu no serás quién lo evite. Quiero decir, no creó que seas  lo suficiente bueno para ella considerando tu pequeño accidente con…

-¡Basta! –susurró Mathew, con la mirada llena de ira, pero aun así bañada de… ¿vergüenza?. Grecia frunció el ceño al verlo. ¿Qué sabía Simón? Sin más que decir, el castaño se dio la vuelta y se metió en el gentío, perdiéndose por completo. Simón volvió a caminar, ignorando a la peli-rosa, y se metió también en el gentío. Grecia lo siguió de cerca, empujando a los demás estudiantes y llamándolo por su nombre cada vez que se acercaba.

-¡Simón! ¡Simón…! ¡Sim…! –él muchacho se dio la vuelta y la tomó de la muñeca, llevándola a un pasillo completamente vació. La estampó contra la pared y pegó sus labios contra los de ella. Grecia gimió de la sorpresa, y luego dejo descansar sus manos en los hombros del mayor, sin alejarse ni inmutarse.

Esto ya era común en ellos. No eran nada, pero de vez en cuando solían darse algún que otro beso, razón por la que la muchacha nunca era invitada a salir por algún chico. Simón era la clase de persona con la que no se juega. Aun con su corta edad, él sabía secretos que nadie más sabía, y al menos que quisieras que salgan a la luz, no te meterías con él. Si eso era cierto o no, nadie lo sabía, si Simón realmente sabía cosas de cada uno que nadie más sabía, eso también era un misterio, pero aun así… mejor prevenir que curar, ¿verdad?
El corazón de Grecia latía acelerado. Sentía el calor bajo la camisa de Simón en la yema de sus dedos. El chico la besaba con delicadeza, y ella no podía hacer más que agradecerle eso. Grecia no era buena en… la intimidad, pero con Simón era diferente. De cierta forma, se sentía cómoda.

 Recordaba la primera vez que lo había visto. Ella estaba caminando por los pasillos, y él apareció, resplandeciente y hermoso, con una sonrisa de lado en su rostro, la gente mirándolo al pasar, y él, completamente indiferente a las miradas de los demás, luciendo como un Dios, y ella, una simple mortal. Un poco exagerado, pero así había sido para ella. Amor a primera vista… hasta que lo conoció mejor y se dio cuenta de con quien estaba tratando. Aunque, aun había una pequeña parte de su ser que seguía flechada por el peliblanco.

El timbre sonó, las clases habían terminado, al igual que aquél beso. Simón se alejó y recorrió el rostro Grecia sin ningún descaro. Ella estaba sonrojada, probablemente, y lucía completamente horrible comparada con el rostro de Simón, que se encontraba ligeramente coloreado y con los labios rosáceos. Él sabía lo hermoso que era, y ella era una idiota que no se daba cuenta de ello. Tal vez eso era lo que la hacía lucir aun más hermosa…

Él le sonrió descaradamente, como lo hacía siempre, y ella simplemente se quedó atónita. Era impresionante la rapidez con la que el muchacho de deshacía de la vulnerabilidad que dejaba escapar de vez en cuando. Ahora volvía a ser Apolo, y ella una simple mortal. Por alguna razón eso dejo de molestarle hace un tiempo.
Volvieron caminando a su aula. Gracias a Dios no le pedían que formasen cuando lo hacían, como niños de primaria, lo cual le gustaba bastante a Simón. En su antiguo instituto, uno debía formar a la entrada, al final de los recesos, y antes de irse. Horrible, simplemente horrible.

Grecia iba a su lado, con la cabeza baja. Eso siempre sucedía después de sus… no sabía cómo llamar a aquellos momentos. El tema era que, después de eso, ella siempre se mostraba avergonzada, lo cual confundía a Simón un montón. ¿Acaso se avergonzaba de que él la bese? Tranquilamente podría no hacerlo nunca más… si se esforzaba mucho en eso.

Escuchó unos gritos, bueno, en realidad no eran gritos, pero se le parecían. Miró hacía el pasillo de donde provenían y agudizó su oído todo lo que podía, volviendo su paso cada vez más lento.

“-¡Vete al demonio!

 -Lo haría si supiera donde queda… ¿Y de qué iba eso de si soy idiota?

 -Creo que está bastante claro

 -No para mí, explícame

 -Vete… al... demonio...

 -Que ya te dije que no sé donde qued…

 -¡Entonces averígualo!”

Eso era bueno, demasiado bueno. Ya se enteraría de quienes se trataba, aunque estaba seguro que uno de ellos era, nada menos que, la señorita Corina. Una maestra del engaño, casi tan buena como él mismo, pero claro, no tanto.

Grecia se detuvo en seco cuando notó que Simón ya no estaba a su lado. Se había quedado un par de pasos por detrás de ella, no sabía muy bien para qué, pero esta vez, por alguna extraña razón, no le importo. Siguió su camino, dejando a Simón atrás, y se metió en su aula. Se sentó en un asiento diferente al usual, el que siempre estaba vació, del lado contrario a la ventana del segundo piso. Puso sus carpetas en banco, y comenzó a garabatear diseños en el marco de su hoja de matemáticas. Simón no llegó, y probablemente no lo haría hasta dentro de un rato. Eso tampoco molesto a Grecia, quién obvio por completo el par de jóvenes que pasaron por la ventana del lado del pasillo. La chica estaba caminando erguida, unos pasos por delante del muchacha, quien se reía a carcajadas por detrás de ella.


Aquél día era extraño. Por primera vez no se sentó junto a Simón, y eso… y eso no le molestó…


Espero que les haya gustado el capítulo ^^ Como ven, se presenta otro punto de vista de la historia xD (Espero no complicarla tanto xD). En fin, ya conocieron a Grecia y Simón ^^ Ahora nos falta... Megan, Anna, y... muchos xD Pero prometo subir más seguido xD 

¡Chau! c:

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