Parte 2
Una muchacha se les acercó y les dedicó una
sonrisa de propaganda. De esas que no son verdaderas. Iba a decir algo cuando
de repente miró a la muchacha. Lucía algo consternada. Su mirada se dirigió a
Erwin, haciendo una pregunta silenciosa que él entendía muy bien “¿Acaso
ella…?”.
Él se limitó a encogerse de hombros. La vendedora lucía nerviosa de repente. La habían puesto en una situación algo incomoda. Entonces entendió el porqué la joven le pidió que la acompañase.
Él se limitó a encogerse de hombros. La vendedora lucía nerviosa de repente. La habían puesto en una situación algo incomoda. Entonces entendió el porqué la joven le pidió que la acompañase.
-Esto… no creó que podamos… -comenzó la
vendedora.
-Hola, si, queríamos saber si nos podría
mostrar la remera gris que está en vidriera… por favor –agregó rápidamente la
joven, interrumpiendo a la vendedora, quien la miró horrorizada. Su mirada
volvió a recaer sobre Erwin, quien le hizo un gesto con la cabeza, dándole a
entender que no pensaban irse. La vendedora corrió a traerles lo que pedían.
Ambos se adentraron aun más al local, y Erwin se puso a mirar los maniquíes,
despreocupado.
-Búscame ropa linda –le murmuró la joven,
acercándose a él. Pudo sentir su cálido aliento sobre su rostro. –Después de
todo, tú eres el de los ojos –dirigió su mirada al rostro del muchacho –Yo soy
la de las palabras, por si preguntas…
Erwin soltó una risa, y la gente del local
lo miró acusante. Él no se molesto en disimular en absoluto. La joven también
estaba riendo cuando la vendedora volvió a acercarse.
-E-esto… aquí esta –murmuró, enseñándoles
la remera. Erwin fue quien la tomó, y la bajó un poco, golpeando el brazo de la
muchacha con su codo suavemente, señalándole que baje la mirada. La joven lo
hizo. Su mirada vagaba por la remera, como si realmente la pudiera ver.
-¿Es esa? –le preguntó la joven en voz
baja, para que solo él la pudiera escuchar. El muchacho asintió, y luego se
maldijo al recordar que no lo podía verlo.
-Yep… ¿Qué te parece? –le preguntó,
ganándose una mirada acusante de parte de la vendedora.
-No lo sé… es gris… -le contestó la
muchacha, irónica. El no pudo evitar reír al igual que la joven.
-Sí lo es… ¿Puede probársela? –preguntó el
joven a la vendedora, quien los miraba consternada. Ella asintió rápidamente
con la cabeza, para luego volver su mirada a la joven junto a él.
-¿Necesitara ayuda…?
-Por algo estoy aquí –le espetó Erwin, con
una sonrisa torcida en el rostro. La vendedora dio un respingón. –Ven… -le murmuró
a la muchacha, y la llevó al primer vestidor.
-Yo no soy de la que lo hacen en vestidores
–le advirtió la muchacha, mientras entraba al vestidor. Este era bastante
amplió para ser un vestidor, y contaba con un espejo de cuerpo entero fijado a
una de las paredes de madera, y un pequeño sillón en donde el muchacho se sentó
después de haber entrado. Podía escuchar los cuchicheos de la vendedora desde
donde estaba. Al parecer no estaba del todo permitido que un joven entre al
cambiador para ayudar a una muchacha… pero lo dejaron pasar por el hecho de que
la muchacha era ciega.
El joven rió ante el comentario de la chica
y la miró desde abajo. Estaba bastante buena, ahora que le prestaba más
atención. La joven tragó saliva.
-Muy bien, ¡brazos arriba! –le ordenó el
muchacho, ganándose un mirada perdida, pero nerviosa de la joven.
-Sabes que puedo cambiarme sola… ¿verdad?
Ser ciega no me impide mover los brazos, o recordar siquiera como se hacía para
cambiarse…
-Y eso no me importa –le espetó el
muchacho, levantándose del asiento y parándose frente a la muchacha. Ella
estiró los brazos. El joven tomó el borde de la remera azul que llevaba en ese
momento la muchacha y se la fue levantando lentamente, teniendo mucho cuidado
en no tocarla, hasta que finalmente se la pasó por la cabeza y se la sacó. La
joven llevaba un sujetador negro, con un pequeño moño en el centro y una piedra
de fantasía. El joven intentó no mirarla.
-… Pervertido –el muchacho soltó una
carcajada, y la joven le acompaño. No se sentían incómodos en absoluto. Era
como si fueran amigos de toda la vida…
La muchacha lo miró, y con una sonrisa puso
ambas manos en las mejillas del muchacho. Sus ojos vagaban de su rostro, al
reflejo en el espejo. Lentamente fue subiendo por sus sienes, acariciando la
frontera con su cabello, y recorriendo con sus pulgares las cejas del muchacho.
Ella fue cerrando los ojos lentamente. El pelo suave del joven le hacía cosquillas
en los dedos. Bajó por su nariz, hacia los pómulos del muchacho, y recorrió su
mandíbula, hasta llegar al mentón. Acarició con la yema del pulgar el pequeño orificio
que se le hacía en este. La muchacha sonrió.
-¿De qué color son tus ojos…? ¿Y tú pelo…?
¿Y tu piel? –el muchacho sonrió. La joven retiró las manos con cuidado.
-Pues… soy rubio de ojos celestes, con la
piel blanca como la leche –la muchacha soltó una carcajada. Por un momento
Erwin se olvidó que ella solo llevaba un sujetador y sus shorts.
-No, no lo eres… y si lo eres arruinarías
mi forma de verte –agregó la joven. El soltó una carcajada.
-Está bien… soy blanco, pero no como la
leche –agregó Erwin. La joven soltó una risita. –Mi pelo es verde… musgo, creo,
y mis ojos son amarillos… como los de un gato –finalizó. La muchacha ladeo la
cabeza hacia un lado, con el ceño fruncido.
-¿Verde? –le preguntó.
-Verde –afirmó, Erwin.
-Verde… -aceptó la muchacha. -¿Por qué
verde?
-¿Por qué no? –le preguntó el muchacho.
Ella se encogió de hombros.
-¿Por qué no…?
Salieron del vestidor. Ella se había
probado la remera gris, y como el muchacho lo imaginó, le había quedado de
infarto, aunque claro, no le dijo eso a la muchacha, porque… ni él entendía muy
bien el porqué.
La vendedora –una diferente a la anterior
–les preguntó si se la llevarían, y ambos asintieron al mismo tiempo. Claro, la
muchacha nunca lo supo. Salieron finalmente del local y comenzaron a caminar.
Erwin tenía las manos enterradas en los bolsillos de sus pantalones de ejército
–claro, se los compró, nunca había estado en el ejercito antes –y la joven
golpeaba el cemento con su varita metálica.
Habían estado en silencio todo el
transcurso. Lo último que le había dicho la joven fue un “Llévame a la
esquina”. La muchacha mantenía su mirada perdida entre la gente, golpeando de
vez en cuando los talones de algunos que no la veían pasar, o simplemente no se
corrían cuando lo hacía. Aunque, para el muchacho, eso era un tanto mejor que
aquellas personas que se alejaban de ella como si se tratase de una bomba.
-Se que te dije que yo era la de las
palabras, pero vamos, aun así puedes contribuir un poco ¿sabes? –el muchacho
soltó una risa y luego la miró de reojo. Ella era linda.
-Discúlpame, pero creo que ya tengo
suficiente trabajo con ser “los ojos”–comentó el muchacho, y la joven a su lado
soltó una sonora carcajada. Él no pudo evitar reír también.
-Muy bien, “ojos” –continuó la
muchacha -Cuéntame de ti. Cualquier
cosa, te lo dejó a libre elección. –El muchacho soltó una risa.
-No te contaré nada hasta que sepa tu
nombre, al menos –la joven soltó otra carcajada, y ladeo la cabeza.
-Disculpa, no le doy mi nombre a
desconocidos. ¿Quién dice que no eres un asesino en serie? –preguntó la
muchacha, sarcásticamente.
-¿Quién dice que tú no eres una asesina en
serie? –la muchacha volvió a reír.
-Lamentablemente, nadie…
El silencio volvió a tomar lugar, y ambos
muchachos continuaron con su paso ligero y despreocupado. La esquina cada vez
estaba más cerca.
-No eres un asesino en serie, ¿verdad?
–preguntó la muchacha. Él la miró ladeando la cabeza.
-¿Crees que lo soy? –la muchacha se encogió
de hombros y continuó caminando. Nadie volvió a hablar. Finalmente llegaron a
la esquina.
-Muy bien, “ojos”, hora de trabajar –le
dijo la muchacha, deteniéndose. –Me pondrás en dirección a la calle y me dirás
cuando el semáforo este en rojo ¿entendido? –finalizó la muchacha. El joven
alzó una ceja.
-¿Entonces te lanzó sin más, y me quedó
aquí esperando que camines en línea recta y llegues al otro lado? –la joven
asintió.
-Exacto –sonrió
-Está bien –aceptó el muchacho, y la acercó
al borde de la acera. Obviamente no la iba a dejar cruzar sola, tan solo había
dicho eso para…
-Y ni se te ocurra cruzar conmigo –agregó
la muchacha –No me importa tener que tocarle el rostro a todos para asegurarme
que no estás allí –el muchacho soltó un suspiro. Que lo follen al plan.
-No cruzaré –le aseguró el muchacho. Miró
al semáforo y… se puso en rojo. Él le dio un empujón a la muchacha, quien no se
tropezó por el simple hecho de que Dios le tuvo misericordia, y comenzó a
cruzar la calle. Erwin se quedó clavado en el lugar, mirándola irse. Lo estaba
haciendo bien, y para cuando el semáforo volvió a ponerse verde la muchacha
estaba ya del otro lado de la pista.
El muchacho apretó los puños por simple
reflejo y entonces…
-¡Ay! –abrió la mano con dolor. Se le había
clavado algo, aunque, él no llevaba nada en la mano. Una pequeña ficha cayó al
piso. Erwin se agachó a recogerla. Era un pedazo de papel muy grueso, o
plástico tal vez, y tenía marcas. Unos pequeños círculos en relieve.
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Erwin la miró desde el otro lado de la
calle, confundido. La muchacha sonrió, como si supiese que la estaba viendo, y
luego se fue, desapareciendo entre el gentío que se alejaba de ella, abriéndole
paso. Erwin se dio la vuelta, sonriente, guardó el pedazo de plástico en el
bolsillo, y finalmente se fue, recorriendo con pasos serenos la plaza que había
recorrido con la muchacha. Y fue al llegar a la esquina en donde vio patrullas
en la calle, y una ambulancia que llegaba a toda velocidad, con las sirenas
sonando, avisándoles a todos que estaba yendo a un accidente. El muchacho no se
acercó, ya que había mucha gente en el lugar, y escabullirse entre ella no era
su estilo. Y tal vez fue esa modestia la que le evitó ver aquel desastroso
final, que no había sido nada menos, que culpa de aquel papel quedado en el
olvido, y un trabajo practico ignorado…
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