Agotada
de correr, Rosemary se detuvo en seco, jadeante. Le dolía en el
costado de su cintura, en sus vasos, dolor provocado por no respirar
correctamente. Sus pulmones buscaban aire, como un lobo feroz a
caperucita, y ella no podía hacer más que cerrar los ojos e
intentar recuperarse.
-¡Rosemary!
–gritó alguien a su espalda, y ella se dio la vuelta lentamente,
con los ojos entrecerrados del cansancio. Su vista estaba nublada, y
su cabeza no podía hilar un pensamiento correctamente. Su garganta
dolía… entrecerró un poco más los ojos, y se concentro,
intentando lograr distinguir la figura que se le acercaba corriendo,
como lo había estado haciendo ella hace un momento. Era un hombre,
eso lo sabía, su sombra negra ya se lo indicaba, pero su rostro…
no lo podía verlo, no podía notarlo, no sabía quién era. Sus
oídos zumbaban… -¡Rose...! ¡Rosema…! ¡Dios! –se quejó
jadeante el muchacho, deteniéndose a su lado, e intentando recobrar
el aliento. La rubia lo miró, aún agitada, y finalmente lo notó.
Aquella
cabellera castaño oscuro, esas manos fuertes, aquellos jadeos… ese
“¡Dios!” solo podía ser de uno, uno que conocía muy bien. Se
maldijo a si misma por no haberlo notado antes.
-Corres
muy rápido… -se quejó el muchacho, con mirada acusadora. Ella no
pudo evitar soltar una risita divertida. Él le sonrió. Los ojos del
muchacho eran verdes… Ella se puso tensa de los nervios, pero el
pareció no notarlo. El se irguió y la miró desde las dos cabezas
que le llevaba de ventaja a la niña. Su sonrisa era muy linda.
–Deberías hacer deportes –le dijo, soltando una risa. Aquello
fue como música para los oídos de ella. Se irguió y llevó su mano
a la colita que sostenía su pelo en una cola de caballo, pero
titubeó un segundo. Estaba sudorosa, y de seguro su pelo estaría
incluso peor. Retiró la mano y volvió a mirar al chico, con una
tímida sonrisa en el rostro. El era siempre el que hablaba, no ella,
porque a ella siempre le había costado hablar con él… siempre…
pero esta vez él no comenzó, y estuvieron caminando en silencio por
el principio del camino. El silencio atormentaba a la menor…
Ella
debía empezar, y no se le daba bien empezar, pero… tal vez era un
buen momento. Miró al muchacho por unos segundos eternos. Su cabello
suave, sus grandes ojos color verde, como el césped recién cortado,
sus pómulos angulosos, firmes, y a la vez delicados, su mandíbula,
su mentón… sus labios finos y rosáceos que el chico solía morder
con frecuencia. Tenía una pequeñísima marca allí donde clavaba
sus dientes, le gustaba morderse en la herida, según él, el dolor
era gratificante en ese sentido. Pero fue ella la que se mordió el
labio esta vez, nerviosa, pensando en si lo que estaba por hacer no
era una estupidez…
<<
-No, no lo es… -pensó al instante>>
Iba
a hacerlo, finalmente iba a… bueno, darle su deducción de lo que
sentía al muchacho. Tal vez el pudiera ayudarla en algún punto. Él
estaba implicado, tendría que ayudarla, después de todo, su
deducción había señalado que, precisamente, había caído rendida
a los pies del amor, y había permitido que Cupido le atravesase una
flecha en su corazón como una estúpida. Pero era tarde, y ella no
era una cobarde, sea cual sea el final, estaba dispuesta a arruinar
aquella amistad por una respuesta, que si Dios estaba de su lado,
sería la que sus oídos deseaban escuchar.
-Yo…
Me has dejado prendado a la historia. Comenzare a leerla ahora :D.
ResponderEliminarDios, que alegría :'D ¡Espero que disfrutes la historia! >///////<
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